Por Pablo Vela
Cuando cae el sol en Salto, no solo baja la temperatura. También baja la guardia del Estado y sube la del ciudadano común. Esa mezcla amarga de resignación y temor se siente al caminar por calles que de día se llenan de vida y de noche se vacían, no por cansancio, sino por miedo.
Ni hablar si ese escenario lo posicionamos en algunos barrios más alejados de plaza Artigas o Treinta y Tres, si pensamos en barrios a 10, 15 minutos del microcentro de la ciudad.
Salir de noche en Salto se ha vuelto una decisión que implica estrategia: no llevar mucho dinero, dejar el celular más caro en casa, evitar zonas oscuras, moverse en grupo si se puede. Y aun así, no hay garantías.
Lo más alarmante ya no es solo el delito planificado, sino la violencia descontrolada, muchas veces protagonizada por jóvenes. Gurises (algunos menores de edad) que circulan en moto a los gritos, provocando, insultando, buscando conflicto. Hay peleas en boliches que terminan en la calle con botellas rotas o cuchillos. Hay bandas de adolescentes que no temen levantarle la mano a otro por una simple mirada o una discusión en redes. ¿Qué está pasando?
Los fines de semana, la noche salteña parece transformarse en una zona de guerra no declarada: una provocación mal respondida puede derivar en una golpiza, un susto puede convertirse en tragedia. Lo que empieza como diversión muchas veces termina en corridas, patrulleros, heridos y un nuevo video viral que circula al día siguiente.
Las patrullas policiales pasan, sí. Pero casi siempre llegan después. Y la presencia policial, aunque necesaria, no resuelve lo más preocupante: el nivel de agresividad que está creciendo entre los más jóvenes. Algunos parecen criarse sin límites, sin contención, sin respeto por nada ni nadie. Y con el acceso a alcohol y drogas cada vez más temprano en cuanto a edad, cada vez más fácil a la hora del acceso y así la situación escala con rapidez.
La “noche salteña”, que alguna vez fue sinónimo de vida cultural, bares llenos, jóvenes caminando por calle Uruguay o yendo a las termas, hoy está condicionada por el miedo. Dueños de boliches que cierran más temprano, deliverys que se niegan a repartir después de las 23 y familias que directamente evitan salir.
¿Es esto lo que vamos a normalizar? ¿Una ciudad donde la noche se vuelve territorio hostil y donde los jóvenes, en vez de disfrutarla, la usan como escenario para descargar frustración o violencia?
No se trata solo de más policías o más cámaras (que servirían también). Se trata de recuperar el tejido social, la autoridad real, la presencia de adultos que contengan y marquen límites. Se trata también de oportunidades reales: estudio, trabajo, deporte, cultura. Porque cuando no hay proyectos, lo único que queda es la bronca.
Y si no enfrentamos esto como comunidad (sin hipocresía, sin excusas, sin mirar para otro lado), la noche va a seguir siendo ajena. Y peor aún: peligrosa.
Columnistas Titulares del día