sábado 30 de agosto, 2025
  • 8 am

Deterioro

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Tal vez no se pueda decir que poco a poco se fue deteriorando. Era un proceso notorio, evidente y colmado de prisas. Todo hacía previsible un irremediable desenlace.
Siempre había sido una persona que se hacía notar por una asombrosa memoria. Sin proponérselo hacía gala de ello.
Sabía perfectamente fechas, direcciones, recorridos de ómnibus, nacimientos o defunciones. Recordaba números de sacramentos que había brindado y reuniones en las que había participado.
La memoria jugaba, en su vida, un rol muy importante. Tan importante que llamaba la atención la utilización que él hacía de la misma.
Al comienzo su deterioro se hizo notar en algunas realidades muy puntuales. Eran mayores los momentos de normalidad que aquellos que mostraban un deterioro.
Con el tiempo esos espacios se fueron acortando hasta que el deterioro fue más prolongado en el tiempo que sus momentos de normalidad. Últimamente el deterioro era una realidad permanente en su mente.
Debo reconocer que, desde lo personal, era muy doloroso verle en semejante estado ya que su persona me hacía recordar muchos momentos y tiempos compartidos.
Dolía verle completamente perdido y encerrado en un mundo que se iba construyendo a su medida, ausente de la realidad, pero reflejando, en cierta medida, lo que había ido.
Hablaba de tareas que debía realizar, de actividades en las que debía participar, de reuniones a las que debía asistir o de celebraciones en las que había sido invitado a compartir. Nada de ello eran realidades y, tampoco, asumía lo llamativo de que todas ellas se suspendían por insólitas razones. El frío, alguna enfermedad, la ausencia de alguien, algún cambio de horario, el traslado a otro lugar. Fuese cual fuese el motivo, solía aceptarlo con naturalidad y mansedumbre.
Podía pasar horas esperando le pasasen a buscar y enterarse, al cabo de mucho tiempo, de que no pasarían a buscarle por cualquier motivo. Nunca protestaba ni se incomodaba por ello, lo tomaba como algo normal en su vida.
Llamaba la atención su docilidad. Bastaba que alguien le sugiriese algo para que lo aceptase sin ningún inconveniente, pero, tampoco se quejaba de su situación puesto que, tal vez, no tenía noción plena de la misma.
Ahora ya no está más, físicamente, entre nosotros puesto que ha sido trasladado a una casa donde estará más acompañado y, tal vez, mejor cuidado puesto que dedicados a él y otros con salud deteriorada.
Pero, sin duda, que aquí se le ha de extrañar. No escucharemos sus relatos pendientes de una idea fija. No se le buscará alguna situación para sacarlo a que se distraiga. No habrá que estar atento a él para evitarle alguna dificultad.
Se le va a extrañar puesto que era un verdadero placer poder hacer algo que le ayudase a solucionar alguna situación en la que se encontraba. Buscarle los lentes, la llave o alguna otra cosa que extraviase.
Solamente queda el poder continuar orando por su salud y rezando para que se pueda ubicar en el lugar en el que se encuentra actualmente.
A su manera, siempre fue servicial, activo y disponible desde su condición sacerdotal y era un alguien con el que se podía contar para lo que fuese.
Amaba el litoral del país y supo dejar, en nuestras presencias litoraleñas, su huella y trozos de su vida. Esa vida que, hoy, muestra un deterioro notorio y hace oremos a Dios por él.