Por Leonardo Vinci.
El 7 de setiembre de 1960 se supo la noticia que un avión de aerolíneas argentinas había caído a tierra sobre Pueblo Garibaldi, en San Antonio, habiendo perecido todos sus ocupantes.
Los cronistas de Radio Cultural describían el hecho, que había sacudido la vida ciudadana, diciendo que «El aparato se había precipitado, estallando en el aire, esparciendo en un vasto radio, los restos de la máquina. El pulso de la ciudad, acongojada y dolorida, se detuvo para rendir a las víctimas el postrero tributo.
Los cuerpos fueron trasladados al cuartel de bomberos donde se procedió a recoger de sus manos inertes los rasgos dactilares para confrontarlos con los que la documentación ofrecía y proceder a la identificación.
Ardua y penosa fue la tarea; pero la solvencia técnica y la dedicación ejemplar del personal especializado de la Jefatura de Policía permitió cumplirla integralmente y con extraordinaria precisión. Se determinaron las nacionalidades: la mayor parte eran paraguayos».
La Junta Departamental se reunió esa noche, donde se escuchó decir: “Abruma el alma y lacera el corazón la catástrofe aérea acaecida hoy, tan cerca de nosotros…”
El parlamento lugareño rindió su tributo, mientras en el patio del viejo edificio municipal se improvisaba el túmulo colectivo ante el que desfiló, para manifestar su solidaridad, el pueblo todo.
Al día siguiente se procedió al traslado de los ataúdes al aeropuerto, desde donde fueron repatriados.
El avión volaba desde Asunción a Buenos Aires y se desvió en algo su ruta, como consecuencia de una intensa tormenta cargada de nubes desintegradoras, a las que los experimentados pilotos quisieron flanquear. En esas circunstancias se produjo el accidente. Posiblemente cedió una hélice que se incrustó en la aeronave. La diferencia de presiones habría provocado la explosión de la que fueron víctimas todos los ocupantes.
Hoy nos interesa muy especialmente recordar al Presbítero José María Giménez, quien cumplió un rol protagónico en aquellas penosas circunstancias, cuando su voz fue consuelo para los familiares de las víctimas.
Las autoridades de Aerolíneas Argentinas quisieron tener un gesto para con el Sacerdote, y por tal razón le obsequiaron un pasaje válido para ir a cualquier parte del mundo, pero temiendo que Giménez lo utilizara para hacer frente a alguna de sus obras sociales, le pusieron como condición que el mismo fuese personal e intransferible.
Por tal razón, el religioso viajó en el vuelo transpolar de Aerolíneas Argentinas a asia.
Como gesto de agradecimiento ante todas las acciones del sacerdote, el gerente general de Aerolíneas Argentinas, que viajó a Salto de inmediato, también le donó todo el aluminio resultante de la chatarra del avión para que atendiera con lo que obtuviera, sus obras de caridad. Y así fue.
La historia no es muy conocida, pero lo cierto es que, con excepción de una hélice utilizada para el monumento que recuerda a los caídos, una conocida empresa fundió el material, con el que se hicieron los soportes para el alumbrado público que hasta hace poco estuvieron instalados en calle Artigas entre plaza y plaza.
La historia de cómo llegó el aluminio del fuselaje del DC6 Mariano Moreno a nuestras calles me fue contada por el propio Presbítero Giménez en su última visita a Salto antes de su muerte.
En estos días, la Intendencia ha procedido a sustituir la vieja iluminación de las calles céntricas, por modernos focos LED.
Tal vez, por desconocer el origen de los viejos portalámparas, los mismos han sido arrojados a un montón de fierros viejos en los talleres y/o en el Parque del Lago.
Sería conveniente preservar algunos de los artefactos, hechos con los materiales que recuerdan este triste episodio, para mantener la memoria colectiva, exhibiéndose en nuestros museos.
Las autoridades municipales deberían actuar rápidamente antes que sean vendidos como chatarra.
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