Padre Martín
Ponce De León
En diversas oportunidades me han hablado de una persona a quien valoro muchísimo.
Su físico pequeño se ve desbordado por una intensa calidad humana y por una calidez muy particular.
Prácticamente todo lo suyo dice de dedicación y entrega.
Cada vez que me hablan de ella no puedo dejar de sentir una profunda e íntima satisfacción.
Me colma de orgullo sentir hablar muy bien de ella, por su tarea pero, por sobre todas las cosas, por su delicada humanidad.
Pese a que la vida se ha encargado de frustrar uno de sus sueños más queridos todo lo suyo es ayudar a otros a que tengan una calidad de vida digna.
Cuando uno conversa con ella no puede dejar pasar por descubrirse encandilado por una sonrisa franca y sincera que hace brotar la confianza.
Sin lugar a dudas, ella es un ser de luz, por utilizar un lenguaje actual.
Parecería que, físicamente, se va haciendo más pequeña pero, humanamente, se va transformando en más grande.
No sé muy bien cómo es ella como profesional pero sí sé es alguien tremendamente confiable e increíblemente cercana.
No sabe de horarios ni de días. Siempre está disponible para brindar una mano solidaria y desinteresada.
Por su bajo perfil puede pasar en silencio pero cuando uno entabla trato con ella no puede dejar de admirar su forma de ser.
En lo personal considero que su vida es un llamativo ejemplo de vida cristiana por más que ella se resista a reconocerlo o aceptarlo.
No es la única persona existente con tales características pero, en lo personal, ella llama mucho mi atención.
Creo que cada uno de nosotros podemos encontrar, en nuestra vida, esos seres que son un trozo de luz que ayudan a caminar.
Son seres que han sabido colocar en su justo lugar a los demás y hacen de la entrega una postura de vida.
Luego de un destello de trato con seres así uno se descubre deudor y agradecido. Desde un primer encuentro uno se siente habiendo recibido mucho más de lo esperado.
Pero, por sobre todas las cosas uno se sabe un privilegiado puesto que es Dios quien pone esos seres en algún punto de nuestro camino.
Para que les dejemos formar parte de nuestro existir y para que siempre, con los ojos atentos, podamos aprender de ellos.
Toda la luz que poseen, regalo de Dios, la pone al servicio de los demás y con esa actitud ayudan y sirven.
Son seres que, desde su actuar, nos están mostrando trozos del actuar de Dios para con nosotros.
Son seres que nos están mostrando que Dios no nos deja librados a nuestra suerte sino que siempre nos está acompañando en nuestro andar.
Nos acompaña desde esos que comparten nuestros pasos o esos que nos iluminan el camino para que tropecemos cada vez con menor frecuencia.
Dios siempre nos está obsequiando a seres que nos muestran que es posible vivir con mayor compromiso y con atenta entrega.
Con su presencia en nuestras vidas nos cuestionan y animan a intentar ser mejores personas porque son más humanos y cercanos con la realidad de los demás.
Dios, desde esos seres, nos regala trozos de luz que nos muestra que, muchas veces, podemos estar más disponibles de lo que estamos.
Dios, desde esos seres, nos regala trozos de luz que nos motiva a valorar a los demás y hacer algo más por quienes nos piden una mano.
Estoy seguro que si le dijese ella es un motivo de admiración para mí, encontraría muchas palabras para intentar convencerme de que estoy equivocado.
Pero, mientras tanto, sigo experimentando que seres así son un trozo de luz para el hoy.
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