Hablar de Dios
Por el Padre Martín
Ponce de León
Ojalá existiese una fórmula única para saber lo que es hablar con Dios.
Sin duda que ello nos ofrecería una seguridad que nos quitaría la libertad de poder realizar tal cosa.
Es indudable que para poder tener una manera segura necesitamos acercarnos a Jesús y aprender de lo suyo.
Él con todo su ser era y es una prolongada palabra de Dios y todo lo que hacía o decía era su forma de hablar de Dios.
Habla de Dios cuando actúa mostrando la paternidad de Dios y sus características propias de ella.
Dice que es un Padre cercano desde cada gesto de cercanía para con aquellos que le necesitaban.
Una cercanía que se hacía mano tendida para ayudar a esos necesitados de saberse tenidos en cuenta.
Una cercanía que no necesitaba de palabras que la explicasen ya que su hecho era su más elocuente palabra.
Hablaba del Padre Dios cercano tomando la iniciativa y saliendo al encuentro.
El Dios cercano de Jesús es, como Él lo demuestra, un alguien que constantemente está saliendo a la intemperie para que las necesidades le encuentren.
No es un alguien que espera acudan a Él sino que va al encuentro con todo lo que ello implica.
El “Dios del templo” era un alguien al que había que llegar y cumplir con rituales y fórmulas.
El “Dios de Jesús” va al encuentro, escuchaba necesidades, encontraba situaciones y responde a los planteos concretos con los que se ha encontrado.
El “Dios de Jesús” no apela a fórmulas o rituales sino que lo suyo era brindar gestos bien concretos que eran su respuesta a las necesidades con las que se encontraba.
Esos gestos eran, sin lugar a dudas, para Jesús, su mejor manera de hablar de Dios.
Hablaba de Dios como un Padre cercano y misericordioso.
Por eso no juzgaba ni condenaba.
Su cercanía no era para juzgar, censurar o hacer que el otro se hundiera un algo más en su estima personal.
Se acercaba y su mano tendida redimía y dignificaba. Se acercaba y su sonrisa era una elocuente palabra que hacía que el otro se sintiese alguien al instante.
Jesús acompañaba sus palabras con gestos bien reales que podían resultar más poderosos que sus dichos.
Sucede que es mucho más fácil quedarse en sus dichos y no en sus gestos.
Sus palabras sin la compañía de sus gestos carecían de pleno sentido. Sus gestos eran su mejor palabra para decir de Dios.
Para hablar de Dios necesitamos de gestos de cercanía y misericordia. Sin esos gestos lo nuestro puede ser un hermoso sermón pero no pasará de ello.
Dios hace a la vida y por lo tanto es con nuestra vida que pronunciamos las más correctas palabras sobre Dios.
Será un hablar balbuceante, dificultoso y en oportunidades inentendible pero siempre será nuestra mejor palabra sobre Él esa que pronunciamos desde y con la vida.
Dios hace y dice de la vida y por ello nuestra palabra sobre Él debe estar en relación directa con nuestro actuar.
Siempre sostengo que nuestras mejores palabras sobre Dios o sobre nuestra fe o nuestra creencia religiosa es la que pronunciamos con nuestras manos puesto que son ellas las que producen esos gestos que dicen de Él.
Hablo de Dios interesándome por la vida del otro, conociendo su entorno o sabiendo sus inquietudes.
Hablo de Dios sin la necesidad de “hacer gárgaras con Dios” sino compartiendo con los demás trozos de vida porque hablar de Dios es vivir con Él y brindarlo brindándonos.