La traición de “un amigo” en la política
Por Pablo Perna
“12 de febrero de 1887, a bordo del Matteo Bruzzo, Isla de Flores, se me ha comunicado en este momento que… no puedo desembarcar en mi tierra porque se me ha desterrado y yo no quiero bajo ningún concepto ir a Buenos Aires, ni a Rio de Janeiro, puerto que se me deja la elección de residencia… protesto enérgicamente… de este acto de violencia que ejercen conmigo…”. Carta firmada de puño y letra del ex Presidente del Uruguay Máximo Santos.
Máximo Santos se había alistado al ejército de la revolución colorada de Venencia Flores con tan solo 16 años de edad, ante la oposición de su madre que al momento de la leva revolucionaria para que no lo alistaran lo esconde en un maizal familiar donde hoy se encuentra el Estadio Centenario. Hizo una carrera militar meteórica, fue escolta militar del Presidente Lorenzo Batlle, padre de José Batlle y Ordoñez y lucho en varias batallas de renombres. Fue hombre de confianza del presidente Lorenzo Latorre, que al renunciar al sostener que los “uruguayos son ingobernables”, es designado Ministro de Guerra. Aquí su poder militar crece hasta llegar a la presidencia 1° de marzo de 1882, con 34 años de edad.
Su gobierno fue lo opuesto al Gobierno de Latorre, que era provinciano y humilde le gustaba la buena vida y los lujos, trae al Uruguay el glamur tratando de imitar a la opulencia de Napoleón Bonaparte. Era petiso, pero elegante, por lo que se mandaba a hacer suntuosos uniformes militares para exaltarse, le gustaba retratarse por el pintor Juan Manuel Blanes y para diferenciarse del resto de los mortales, por ley crea la famosa banda presidencial utilizada hasta nuestros días. Se mando a construir una mansión, que es la actual sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, la que jamás pudo usufructuarla debido a los desgraciados hechos que lo esperaban. También se había mandado a construir otra mansión en su quinta, hoy trasformada en museo, donde tenía un zoológico que albergaba a pumas y leones, los que según comentarios de la época se dice que sentían asiduamente gritos desalmados en virtud que el Presidente daba de comer a sus fieras carne humana fresca.
En la noche del 17 de agosto de 1886, asistía con su hija Teresita a la opera a escuchar a la soprano Eva Tetrazzini, la que se decía que eran amantes y al ingresar al teatro su ahijado el ex teniente Gregorio Ortiz, le dispara en la mejilla, dejándolo herido, pero no logra matarlo, Ortiz huye pero antes de ser atrapado se auto elimina. Santos ante la enorme cicatriz en su rostro, se dice que mando a tapar todos los espejos de sus mansiones, y al no soportar los dolores decide realizar un tratamiento en París, dejando en el poder a su amigo intimo y camarada militar de todas las horas, Máximo Tajes.
Al regresar de Europa el Presidente Tajes firma un decreto contra su amigo prohibiéndole la entrada al país, de esta manera seguiría siendo presidente, desterrándolo, fundándose en que era para protegerle su vida claramente el decreto contra el ex presidente y actual Senador era ilegal, pero jamás pudo regresar a su país; a los dos años de su destierro, muere de un infarto en Buenos Aires a los 42 años, el 10 de mayo de 1889; sus restos fueron expatriados y pudieron ser velado en su mansión de la Avenida 18 de Julio, la que nunca pudo disfrutar.
La carta leída al comienzo, fue adquirida por quien escribe esta columna en la Casa de subastas Zorrilla de Montevideo, donde se remataban las ultimas reliquias que atesoraba José Batlle y Ordoñez, donde atestigua fielmente que muchas veces las traiciones en política provienen de las personas que menos te las esperas. Hoy al celebrarse 137 años del documento histórico que materializa una alta traición entre amigos, dos ex presidentes de la República, firmada de puño y letra por su protagonista y escrita a los minutos de enterarse de tamaña desilusión, valía la pena desempolvarla.