Por el Padre Martín Ponce De León
Yo nunca había visto la luz. Había nacido ciego.
Mi mundo era de realidades carentes de colores, pero colmado de sonidos y tacto.
Había ido aprendiendo a convivir con un mundo donde muchas veces era ignorado.
Cuando fui niño no participaba de los juegos de los demás y había aprendido a inventar mis propios juegos.
Conocía los lugares por sus aromas y los más insignificantes detalles me resultaban mojones notorios. Desde muy temprano solía encontrarme en el templo.
Muchas veces la caridad y la compasión se ve aumentada en el templo.
Sabía reconocer las voces y por ellas lograba saber de los diversos turnos sacerdotales.
Por el sonido de los pasos podía saber de la presencia de muchos o pocos peregrinos.
En alguna oportunidad recibí algún empellón de algún peregrino que caminaba a prisa entre una muchedumbre de peregrinos, pero el templo era el lugar de la ciudad donde pasaba la mayor parte de mi día.
En algunas oportunidades había sentido hablar de aquel hombre.
Todos se maravillaban con su actuar, hablar y poder. Y ahora decían que estaba en el templo.Una vez más, como tantas veces, sentí que hablaban de mí.
Yo ya estaba acostumbrado a ello y solía no prestar mucha atención a lo que hablaban.
Pero aquella voz despertó mi atención.
No sentía con nitidez sus palabras, pero el sonido de su voz acariciaba mi corazón.
Sentí la necesidad de ponerme en pie como forma de recibirle.
Se detuvo muy cerca de mí. Realizó un movimiento que no pude saber.
Repentinamente algo húmedo se apoyó sobre mis ojos ciegos.
Repentinamente una fuerza recorrió todo mi ser.
Algo me estaba sucediendo y era mucho más que aquello que ponía sobre mis ojos cerrados. Me ordenó que fuese a lavarme.
Un enorme gozo recorría mi ser. Algo estaba pasando en mi interior.
Me llenaba de gozo. Deseaba saltar, correr, gritar.
Muy bien no puedo explicarme puesto que no sabría definir lo que aquel hombre me había obsequiado.
Aquel tono de voz aún continuaba resonando en mi interior.
Nunca había escuchado una voz tan poderosa como aquella.
Habían sido unas pocas, pero suficientes palabras para saber que las mismas me habían transformado.
¿Volvería a escuchar al dueño de aquel tono de voz? Sin lugar a dudas tenía otras muchas cosas para decirme .Él, se había llegado hasta mí.
Me había tocado y hablado y yo sentía que mi interior se había transformado.
Como conocía el templo después de tanto tiempo moviéndome dentro de sus muros llegué hasta el lugar indicado. Al lavarme la cara pude ver que veía.
Me vi invadido por un inmenso torrente de colores y luz.
Veía, pero por sobre todas las cosas sentía una inmensa necesidad de encontrar al dueño de aquella voz.
Sentía la necesidad de agradecerle puesto que había llenado mi ser de luz.
Ver era un cambio importante para mí, pero mucho más importante era saber que le veía. Veía que él era digno de ser creído.
Veía que sus palabras eran mucho más que simples sonidos.
Quería seguirle, anunciar a todos lo que en mí había realizado.
Hace un rato se había llegado hasta mí y había transformado mi ser.
Ahora debía buscarle para manifestarle que he visto quién es y que creo en Él.
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