Por el Padre Martín Ponce De León
Si queremos “conocer a Dios” necesitamos acercarnos a Jesús y para ello necesitamos adentrarnos en los relatos evangélicos. Dichos relatos no son ni una biografía ni una historia o una cronología. Los relatos evangélicos son libros escritos para motivar nuestra fe, despertarla o sacudirla.
Los relatos evangélicos no pretenden otra cosa que ayudarnos a que aceptemos que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre y que murió crucificado y resucitó para mostrarnos el inmenso amor de Dios por cada uno de nosotros.
Sin lugar a dudas que a los escritores de los relatos evangélicos no les interesa el relato de una historia, sino que se valen de acontecimientos de la vida de Jesús para lograr lo que pretenden.
Es, por lo dicho anteriormente, que necesariamente no debemos quedarnos en los textos, sino que debemos buscar, en ellos mismos, lo que el evangelista pretende decirnos. Esa interpretación no es reservada a algunos técnicos o especialistas, sino que, es desde nuestro corazón desde donde debemos interpretar los textos.
Lo relatos evangélicos no hacen otra cosa que acercarnos a Jesús para que nuestro interés fundamental no se aparte del suyo. En los relatos evangélicos Jesús no es un fin al que debemos llegar sino un nexo con el Padre Dios y su Reinado.
Toda la vida de Jesús es una constante referencia a Dios Padre, a su Reino y la manera de vivir la vida para poder llegar a Él. Los relatos evangélicos son la propuesta de un estilo de vida y lo que ello implica al asumirlo.
Nada de lo que encontramos en los relatos evangélicos está despojado de un sentido educativo puesto que todo nos lleva a una aceptación vital de la persona de Jesús. Por ello es que tales relatos no están hechos para que sepamos de Jesús sino para que lo intentemos hacer vida.
No estamos llamados a imitar a Jesús sino a que, desde nuestras características individuales, lo hagamos nosotros y lo compartamos con los demás, en especial con lo más necesitados.
Los relatos evangélicos no son libros para limitarnos a leer, sino que son libros para que los hagamos vida. Cada uno de nosotros debemos saber descubrir lo que Jesús tiene para decirnos y que podamos hacer vida sin perder nuestra identidad.
Lo de Jesús no es un imponernos obligaciones, sino que es un sugerirnos para que con libertad y madurez optemos o no por lo que Él nos propone. Debemos tener bien en claro que Dios jamás nos solicita algo que está más allá de nuestras posibilidades y que nos colmen de frustración o dolor. La propuesta de Jesús apunta a nuestra realización personal y, así, a nuestra felicidad.
Para leer más correctamente los relatos evangélicos debemos aprender a leerlos en primera persona. No solamente para escuchar lo que Dios tiene para decirnos sino sabiendo que estoy en cada uno de los personajes que se llegan hasta Jesús.
Es evidente que el saber de los técnicos o especialistas ayudan a ubicarnos en aquella cultura donde fueron escritos y ellos nos ubica en un contexto que sirve de colaboración para poder comprender un mucho mejor al texto.
Por último, siempre, los relatos evangélicos nos ayudan, no solamente, a aprender del Dios de Jesús para poder hacerlo vida sino que, también, nos ayudan a que podamos hacer de nuestra relación con Dios y los demás una fuente de prolongada oración
Cuando nos disponemos a escuchar lo que Dios tiene para decirnos desde su palabra hecha escritura, no leemos sino que rezamos.
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