martes 3 de diciembre, 2024
  • 8 am

Estrés

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
Los estados de ánimo de cualquier individuo podrían ser comparables con los movimientos de las olas del mar, en ocasiones están serenos, estables y el otro extremo pueden evolucionar a corrientes embravecidas, inmanejables, imprevisibles y entre ambos extremos, pueden alternar innumerables estados de complejidad variable, que al igual que las olas, nos llevan y nos traen, muchas veces sin referencias de donde tomarse para recuperar la calma.
Los estados de ánimo agitados que son de difícil manejo se pueden sintetizar en una única palabra, estrés, expresión que ha adquirido gran relevancia en tiempos modernos y que suele acreditársele una sucesión de males que puede padecer cualquiera.
La palabra estrés proviene del idioma inglés (stress) y significa tensión que, a su vez, en la ciencia física se refiere a la interacción entre una fuerza y una resistencia que se opone a ella.
En suma, el concepto de estrés es como la respuesta del cuerpo a una demanda o un desafío.Este término fue introducido por un estudiante de medicina de la Universidad de Praga Hans Seyle, y utilizado por primera vez en la década de 1930 con una perspectiva psicobilógica, siendo una reacción fisiológica del organismo que se activa cuando se percibe una situación amenazante o una demanda emocional incrementada.
La realidad es que está respuesta emocional suele provocar cambios químicos que pueden alterar las respuestas biológicas de acuerdo a susceptibilidad de cada individuo donde “la piola suele cortarse por el lado más fino” pudiendo, en personas susceptibles, aumentar la frecuencia cardíaca, la tensión arterial, o generar una descarga de adrenalina o aumentar la concentración de azúcar en la sangre.
Los estímulos externos de cualquier persona contemporánea se han incrementado en forma exponencial y cada individuo tiene que estar atento a innumerable “focos” que cada vez interactúan más en nuestra vida cotidiana donde surgen cada día nuevas cosas aportadas por la tecnología de las que no queremos perder rueda y generan una enorme demanda de atención y de recursos económicos para disponer de lo nuevo que muchas veces va mucho más rápido de nuestra capacidad para darle alcance.
Nuestros sentidos que perciben esa realidad externa a través de la visión, del oído, del olfato y que en tiempos actuales se ven desbordados por un racimo caótico de pulsos que pegan fuerte sobre nuestra capacidad de procesar esa enormidad de estímulos, desconfigurando nuestra emociones, una catarata de información, de opiniones contradictorias acentuadas por proliferación de medios de comunicación, incluidas las redes sociales que no dan tiempo a reflexionar, conspirando con nuestra capacidad de concentración de recapacitación.
Casi nadie se toma el tiempo de concentrarse más de pocos minutos en algo porque un nuevo estímulo aparece para sacarnos de eje, una dinámica tóxica que nos lleva inevitablemente a un estado de estrés que nos contamina el cerebro e inevitablemente pega en el resto del organismo.
La realidad demuestra que es muy difícil escapar de esa dinámica porque somos parte del conjunto, somos seres sociales y tenemos que adaptarnos para seguir perteneciendo y no quedarnos aislados.
Ante tanto desborde hay que aprender a mirar para adentro, cerrar los ojos, reflexionar en silencio, tomarnos nuestro tiempo para intentar vernos a nosotros mismos, “desenchufarse” por rato cada día, bloquear el entorno, respirar hondo, oxigenar el cerebro, recuperar la cordura, para volver al rato con las ideas, aunque más no sea, un poquito depuradas, hacer algo por nuestra salud emocional para poder seguir interactuando en el mayor equilibrio posible.