domingo 2 de febrero, 2025
  • 8 am

Gracias por la lluvia

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín
Muchas tormentas han pasado siendo, solamente, nubes que se ha llevado el viento con otro destino.
Hoy, poco a poco, el cielo se fue entoldando de nubes. Al comienzo eran, solamente, algunas, muy oscuras, pasaban con lentitud y como con ganas de abandonar su carga, pero, también, con la certeza de que convertirse en lluvia es dejar de ser y, por ello, su resistencia.
Por más que supiere la necesidad de lluvia me resistía a esbozar una ilusión tantas veces frustrada en estos últimos tiempos. Repentinamente, un aroma por demás particular, comenzó a ganar el espacio. Resulta imposible no reconocer el olor a tierra mojada. Ese era el aroma que se imponía.
Pocos minutos después, unas gruesas gotas comenzaron a hacerse sentir sobre el pequeño alero de la casa y, la vereda de junto a la misma, comenzó a oscurecerse. No había posibilidad de duda alguna. ¡Estaba lloviendo!
Que “La Niña”. Que “el cambio climático”. Que “las olas de calor”. Las nubes no habían olvidado lo que era llover por más que, todo lo hiciese parecer. Recordaban lo que era llover y lo hacían presente.
El domingo habíamos estado pidiendo “por la lluvia necesaria en los lugares necesarios” y, se sabe, la misma no habrá de llegar cuando uno lo desee ni cuando conforme a todos. La misma persona que solicita agua puede decir: “Que se aguante hasta que…” Resulta imposible conformar a todos con la cantidad y los tiempos de oportunidad de la lluvia. Siempre habrá alguien que diga: “Que no llueva hasta que terminemos de…” Mientras tanto, otros, mirarán deseosos e insistentes al cielo esperando que esas pocas gotas que han comenzado a caer se transformen en una “buena y abundante lluvia”
Por momentos llueve con intensidad, mengua y se hace unas pocas gotas que caen y, repentinamente, se vuelve impetuosa y abundante. A lo lejos, una variada sonata de truenos, se hacen escuchar.
En pocos minutos, el calor abrazador, se disipó. Se refugió dentro de la casa manteniéndose lejos de la lluvia que, ¡bendita sea!, continuaba insistiendo en caer.
Mantengo las piernas encogidas, debajo de la silla, ya que, de estirarlas, las mismas se mojarían ya que el alero es por demás pequeño y no deseo perderme el espectáculo de ver llover. Mientras lo hago un gracias a Dios, crece en mi interior. Resulta imposible no pronunciarlo cuando se es tan privilegiado. Veo llover sin estar detrás de una ventana y me mantengo seco. Privilegio absoluto.
No es que no tenga presente a esos, sin duda muchos, que no poseen otra alternativa que mojarse puesto que no estaba en sus cálculos esta lluvia a media tarde y salieron desprevenidos. Los tengo presentes, pero no puedo evitar sentirme un privilegiado mientras, sin mojarme, contemplo caer la necesaria lluvia. Se hizo esperar, pero, ahora, cae reconfortante.
Me llama la atención un grupo de pájaros que, sin importarse de la lluvia, avanzan por entre los pies de los árboles buscando, con tranquilidad y prisa, algo de alimento. Corretean y van en diversas direcciones, con mirada vigilante, la presencia de algo para llevar a sus picos. A ellos no les importa mojarse ya que la sobrevivencia y la oportunidad son más importantes que la lluvia o la lluvia hace la oportunidad.
El tiempo pasa y no tiene apuro (al menos para mí) intento esbozar una sencilla oración mientras mis ojos se llenan observando las gotas que caen y mis oídos no dejan de sentir el sonido de las gotas sobre el alero. Es enero y llueve mientras, con la pobreza de mis palabras, agradezco a Dios por esta tarde donde la lluvia, se hace presente.