viernes 6 de junio, 2025
  • 8 am

La pausa del poder y la continuidad del dolor

Pablo Vela
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Pablo Vela

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Avisos judiaciales

Dr. Pablo Vela Gadea
En un país donde la política a veces parece más un juego de ajedrez que una herramienta al servicio del pueblo, la reciente decisión del presidente Yamandú Orsi de suspender una reunión de su Consejo de Ministros por estar en su mayoría fuera del país, en encuentros, visitas pero nada que le rinda al país, ha dejado a muchos perplejos. La medida, aunque simbólica y de alto impacto político, contrasta dolorosamente con una realidad que no se detiene: los delitos siguen ocurriendo tal cual venían dándose diariamente y una persona acaba de morir por hipotermia en plena vía pública, por poner solo dos ejemplos.
¿Cómo se interpreta esta pausa en el gobierno mientras la sociedad sigue en marcha? ¿Qué mensaje se envía cuando el poder decide hacer silencio, pero el sufrimiento de la gente grita más fuerte que nunca?
La suspensión del Consejo de Ministros (una decisión sin precedentes, al menos recientes y por el motivo antes mencionado) puede ser entendida como un gesto de falta de preparación, de planificación para gobernar. Pero en la calle, en los barrios más golpeados, los gestos no abrigan. La seguridad no se construye con señales. La pobreza no espera.
Mientras los ministros pasean y otros jerarcas pasan más tiempos en los medios aclarando porque son deudores tributarios de años con el Estado, la delincuencia no da tregua. Los hechos de violencia continúan, y la muerte por hipotermia de una persona sin techo (un rostro invisible para muchos) es un símbolo estremecedor de lo que pasa cuando el Estado se ausenta, aunque sea por un momento. Gobernar no es solamente gestionar: es estar. Es estar incluso (y con más razón) en las más difíciles.
La ciudadanía necesita respuestas, no actos dramáticos. Necesita políticas, no pausas. Y sobre todo, necesita sentir que, aunque la política se crispe, la protección de los más vulnerables no se interrumpe nunca. No se buscan excusas nunca, se gobierna, se dice presente o no se gobierna y se está ausente, a medias nunca.
La política del medio, del especulador, del que mide sus palabras según el rédito político solo tiene un benefactor: el propio político que las dice.
El drama se agrava cuando el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) se deslinda de responsabilidad. En lugar de asumir, coordinar o, al menos, responder con empatía, opta por el reflejo más arraigado de la burocracia: lavarse las manos. No es su competencia, no fue informado, no tenía recursos, no es su jurisdicción.
¿De quién es entonces? ¿Quién debe responder cuando un ser humano muere de frío en las calles de un país gobernado, con presupuesto, con estructura, con Consejo de Ministros (aunque suspendidos) y ministerios (aunque ausentes)?
La imagen es brutal: mientras el poder se toma una pausa, el Estado se fragmenta. Nadie se hace cargo.
Cuando el MIDES se saca de encima la responsabilidad, lo que está diciendo en el fondo es que hay vidas que simplemente no entran en su esquema. Que hay sufrimientos que no computan. Pero un país no se mide solo por su crecimiento económico ni por la estabilidad de sus instituciones. Se mide, sobre todo, por lo que hace (o deja de hacer) con los más vulnerables. Una muerte por hipotermia no es solo una tragedia. Es una vergüenza. Y más aún cuando ocurre bajo un gobierno que decide silenciarse, y un ministerio que decide no mirar.
La gente no necesita gestos teatrales ni comunicados evasivos. Necesita un Estado presente, coordinado, sensible. Porque mientras los funcionarios discuten de competencias, en la calle alguien tiembla. Y a veces, no despierta.
Porque mientras el poder duda, la calle muere de frío.