Julito
Por el Padre Martín Ponce De León
Julio no era su nombre, pero todos lo llamaban por dicho apelativo. Solía decirme que su nombre era Ezequiel “con doble z”.
En varias oportunidades tuvimos la oportunidad de conversar. Algunas veces porque me detenía al encontrarme con él o porque él frenaba su marcha al encontrarse conmigo.
En una oportunidad, antes de las ocho de la mañana, se sentó en el suelo de la acera para conversar mientras tomaba reiterados tragos de caña desde el pico de una botella. En un tramo de la conversación hizo dos afirmaciones que llamaron mi atención. “Yo, antes era Pastor” “Antes tomaba mucho más que ahora”
Solía ser muy fácil detectar su presencia puesto que sus dos perros denunciaban a la misma. Casi todas las jornadas iba a un comercio puesto que allí le daban comida para sus perros. “El Kaiser ya está viejito. Cuando se me muera lo voy a extrañar porque es mi compañero”.
Al escribir estas líneas el “Kaiser” lo ha de estar extrañando y, mediante el olfato, lo buscará, puesto que él se fue antes que su perro. Del otro no sé su nombre puesto que, creo, nunca lo nombró.
Hace poco le pregunté si iba al refugio y me contestó que no lo hacía por los robos allí existentes. Era un argumento varias veces escuchado, pero, sin duda, nunca intenté averiguar si era real o un mito existente entre ellos. “Yo tengo una carpa en (me indica un lugar) y allí paso la noche. También me acompaña (me brinda el nombre de otro conocido).
El domingo, en horas de la tarde, me llegó el comentario de que una persona, en situación de calle, había sido encontrado muerto. Por el lugar que me decían, supuse podría ser él o la otra persona puesto que hablaban de una carpa y en la misma dirección que “Julio” me había indicado tiempo atrás.
A uno de ellos lo había visto en horas de la tarde. La otra persona estaba, aún, sin identificar. Mentalmente descarté pudiese ser “Julio” puesto que siempre, en su bolsillo, llevaba una billetera donde se encontraba su cédula.
Ayer intenté poder averiguar la identidad del difunto, por mera curiosidad, pero en ninguno de los diarios donde se hablaba del tal fallecimiento, se decía identidad alguna. En horas de la tarde me encuentro con un cuida coches que me dice: “¿Se enteró que murió “Julito?”. Allí se alarga en un comentario sobre, según él, la causa de esa muerte. Yo, solamente, puedo limitarme a escucharle ya que no me correspondía realizar ningún comentario a esa teoría que algo de realidad podía tener.
Lo cierto, lo verdadero, es que Julio se ha de haber encontrado, en el más allá, con el “Racha” y han de estar comentando la realidad de esa nueva instancia para sus vidas.
Compartían las noches en el atrio del templo, las mañanas en la plaza, los medios días con hambre o suerte, las tardes en algún lugar de la ciudad donde el frío se pudiese no sentir tanto, el hambre se pudiese engañar o el pico de alguna botella para aplacar su necesidad de alcohol.
Sin lugar a dudas sus muertes tienen algo en común. Los dos vivían en situación de calle. Los dos me trataban con un gran respeto. A los dos no les importaba el lugar que fuese para sentarse y conversar un rato. A los dos les gustaba el alcohol.
No sé si las suyas podrían haber sido unas muertes evitables. Lo real es que, de manera muy distinta, los dos ya dieron el paso de sus pascuas.
Julio: que descanses en paz.