Por Padre Martín
Ponce de León.
Hay gente que merece todo mi reconocimiento.
Cargan sobre su vida un sin número de experiencias que le hacen saber con boliche.
Cuando hago referencia a tal palabra no estoy diciendo, precisamente, un bar o algo similar.
Digo boliche en cuanto vida o sentido común.
Son seres que transmiten la sabiduría aprendida a lo largo de calles transitadas.
Son seres que han sabido aprender del hecho de no descubrirse dentro de una burbuja.
Yo sé que la universidad de la vida, esa que se cursa en el encuentro con los demás, no emite diploma certificando un haber cursado por ella.
Ese diploma es una postura ante la vida, un haber aprendido de las experiencias vividas, un no encontrar la seguridad detrás de un escritorio y no perderse ante las situaciones que se deben enfrentar.
La vida está constantemente enseñando.
Es un curso que jamás habrá de concluir.
Por allí pasamos todos los humanos.
Podemos transitar encerrados en nuestras cosas y, por lo tanto, ausentes a todo lo que constantemente se nos enseña.
Podemos transitar con los ojos y oídos bien abiertos como para no perder detalle de esas lecciones diarias que se nos trasmiten.
Quienes transitan la vida con atención son esos seres que no poseen respuestas prefabricadas.
Son esos seres que saben que, ante muchas situaciones, no existen palabras.
Las personas con boliche son las que nos hablan desde realidades que nos involucran.
Las personas con boliche son las que nos hacen sentir que, pese a nuestra originalidad, no somos tan raros como en oportunidades nos podemos creer.
Las personas con boliche son las que hablan nuestro propio idioma y nos ayudan a ver más allá de las cosas.
Tal vez no sean las personas convocadas para brindar algún tipo de disertación puesto que su gran discurso es lo cotidiano de su vida y lo simple de su conversación.
Son esos seres que han aprendido a no descartar experiencias, por más simples que ellas puedan parecer, y saben compartirla en el momento oportuno.
A diferencia de otros, no utilizan palabras rimbombantes ni fórmulas aprendidas de memoria, se nutren de lo cotidiano, lo simple y lo práctico.
Pese a que todos transitamos por la vida, parecería, no todos asisten a la universidad de la vida No todos adquieren boliche.
Porque no están dispuestos a ensuciarse los zapatos.
Porque no se animan a correr riesgos o sufrir los golpes propios de quien se arriesga a estar a la intemperie.
Tener boliche debería ser una cualidad de todos puesto que todos transitamos, constantemente, por la vida pero sobradamente sabemos que ello no es lo más común.
Son muy pocos los que se arriesgan a tener boliche.
Encontrar algún ser que verdaderamente lo posee es encontrar algo así como un tesoro.
Es encontrar un ser cargado de anécdotas (experiencias) de vida ya ajenas como propias.
Es encontrar un ser que sabe del poder que tienen sus manos puesto que ellas son las pronunciadoras de sus grandes palabras.
Es encontrar un ser que lejos de buscar o evadir los problemas sabe encontrar el sencillo modo de enfrentarlos.
Es encontrar un ser que no tiene miedo a quedarse sin palabras y nunca pretende que la suya sea la última puesto que tiene muy asimilado que la última es siempre esa a la que uno puede llegar.
Un ser con boliche es, indudablemente, un regalo que Dios nos hace.
Un ser con boliche es el que sabe compartir y darse sin esperar a cambio.
Vive la vida con los ojos bien abiertos no para juzgar sino para aprender.
Un ser con boliche despierta siempre una sonrisa porque nos ayuda a sabernos útiles.
Es una persona simple que transita con su gran carga de lecciones aprendidas para compartirlas cuando alguien desea recibirlas.
Un ser con boliche jamás nos enseñará otra cosa que a ayudarnos a vivir la vida desde lo simple de cada día y así hacer de lo nuestro un gran canto de gratitud a la vida misma.
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