jueves 28 de marzo, 2024
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Recuerdos de la niñez

Andrés Merino
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Andrés Merino

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Por Andrés Merino
De niño, la mitad de mi familia era comunista y la otra mitad era demócrata. Hago esta división con total claridad y convencimiento pues el abrazar la ideología marxista leninista y sus sucedáneos significa pararse en la vereda de enfrente de los postulados y estilo de vida democráticos, republicanos y liberales.
Tal cual: si realmente se es comunista, no se es demócrata, por más que se quieran edulcorar posiciones. Buscan sustituir la organización de la «sociedad burguesa» por la famosa «Dictadura del Proletariado», imponer el gobierno de un partido único, desaparición de la libertad de prensa, el advenimiento del «Hombre Nuevo», eliminación de la propiedad privada y demás ingredientes del cóctel ideado por Marx y Engels más sus continuadores y hecho realidad en los países detrás de la Cortina de Hierro más algunos satélites hasta muy avanzado el Siglo XX, cuando vimos la implosión de todo ese terrible sistema.
En algunos «paraísos», mediante dictaduras feroces, se siguen poniendo en práctica tan trasnochadas ideas.
Pero volviendo a mi historia infantil, como dije, había una brecha abierta entre ambas partes de la familia. Mi padre, colorado y demócrata desde su juventud, no militante, notaba con creciente preocupación cómo mi hermano y yo, niños de corta edad a esas alturas, éramos sometidos a continua propaganda marxista en ocasión de cada visita e interrelacionamiento con la otra parte familiar. Es que mis cercanos parientes, algunos de ellos, según supe después, miembros activos del Partido Comunista, no perdían oportunidad de interpretar con el filtro político cada ocasión de la vida, y así lo manifestaban machaconamente a nuestras infantiles humanidades.
El proceso duró años, con el agravante de que las reuniones familiares, más allá de la afinidad sanguínea, se terminaban transformando en acaloradas discusiones políticas.
Finalmente, primó el cariño entre abuelos, padres, tíos y sobrinos; se llegó al compromiso de no tocar temas políticos en tales encuentros, además de que mi padre logró dejar en claro de que el adoctrinamiento a menores no sería más tolerado.
Y así las cosas se fueron superando, y con los años más o menos se pudo sobrellevar una relación potable, más allá de convicciones políticas de unos y otros.
Recuerdo, como corolario, con amor y admiración a muchos de mis parientes cercanos, más allá de consideraciones políticas.
Es que ellos no lo podían evitar: cada episodio de la Historia o de nuestras vidas y convivencia debía ser interpretado y mirado con el lente marxista, con la eterna interpretación económica de los escenarios. Para ellos el Hombre no es determinante en los acontecimientos, y su rol está desplazado a un segundo plano por la lógica económica de todos los aspectos. Por eso esa fijación de igualarnos a todos, aplanando la curva hacia abajo, como se dice en tiempos de Coronavirus.
Desde mi niñez lo viví así: los militantes comunistas viven para eso. Avanzan todo lo que se les permita, hasta que encuentran una oposición firme; entonces aparentemente retroceden, vuelven sobre sus pasos, y procuran volver a tentar en algún otro lado más desprevenido. Son largoplacistas, y sus tácticas planificadas.
Transforman a la Política en una especie de religión, a pesar de considerar a las creencias religiosas como el «opio de los pueblos».
Mi padre fue la oposición que esa parte de la familia encontró. Nunca más en nuestras vidas se nos impuso tal o cuál manera de pensar, y naturalmente nuestras convicciones fueron derivando hacia el ejercicio de reverencia a la Libertad como faro que guía al ser humano.
Ni conmigo ni con mi hermano funcionó la propaganda de quienes reciben directivas del omnipresente «Partido», el que ni siquiera respeta a la familia, piedra angular de nuestra sociedad democrática.
Salimos liberales nomás.
Son, en fin, ni más ni menos, recuerdos de la niñez.