miércoles 27 de noviembre, 2024
  • 8 am

El día después…

Gisela Caram
Por

Gisela Caram

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Ps. Gisela Caram*
Tres fechas muy esperadas, 1, 15 y 29 de junio.
Se retoman las clases en forma no obligatoria y con un proceso paulatino que irá dando cuenta de cómo se van adaptando maestros, profesores y alumnos a la nueva normalidad.
No ha sido fácil ni lo será para nadie.
Para los preescolares después de haber estado compartiendo tanto tiempo con su familia, salir de este contexto sería un volver a empezar.
Los escolares, que apenas fueron una semana en marzo y se quedaron con “ganas”, quizás son los más ansiosos de volver a reencontrarse con sus pares y su vida social.
Los adolescentes quizás sean los más diversos en sus deseos. Muchos se la pasaron en su salsa, con largas maratones de series, de juegos en línea, de cambios de hábitos al no tener la exigencia de un horario. Cambiar el día por la noche y volver a adaptarse a la rutina de clases y deberes no será fácil.
Creo que es la primera vez que asistimos a algo tan inédito como esta pandemia. No tengo registro en mi memoria de un cambio de vida de un día para otro como lo ha sido esto.
Cambio de hábitos, de conductas, de cabeza.
Uno piensa en los cambios que ha ido transitando a lo largo de la vida, y podemos pensar que a mediados de los 80, hubo un largo proceso de cambios familiares. Pero eso se fue dando de a poco, y al tiempo de cada uno, de cada familia.
Me refiero a que los niños de hoy no son como los niños de antes, los adolescentes también cambiaron, los adultos son nuevos adultos y la vejez, también es diferente.
Los niños de antes, eran educados con mayor autoridad, se notaba la asimetría entre padres-hijos, de igual forma, la adolescencia era transitada y confrontada por padres que sostenían su adultez.
La vejez más respetada y quizás anticipada, si se la mira en relación a la vejez de ahora, donde las personas se sienten activas y con pocas ganas de quedarse quietas en sus casas, ni cuidando nietos. Hoy con 70, 80, 90 años, la gente tiene vida social, cultural y sigue leyendo, aprendiendo y con ganas de vivir.
Estos cambios en la familia, han sido paulatinos. No nos dimos cuenta como el poder fue rotando.
De a poco, los niños pasaron a ser el centro de atención de las familias y eso les fue dando cierta jerarquía dentro de la casa.
De a poco, los padres empezaron a temerle a sus hijos adolescentes y sus “ataques” de rebeldía, pasando a ellos, el poder.
No nos dimos cuenta cuando los padres y los hijos intentaban ser amigos, borrando la brecha generacional.
Estos cambios en las jerarquías familiares, exigen un trabajo psíquico a todos los integrantes de la familia, donde los adultos tienen la función de sostén y regulación. Donde la circulación del mando se fue corriendo del padre a otros miembros de la familia y esto generó un movimiento importante.
Pasamos de una educación autoritaria y hegemónica, con excesos disciplinarios a una falta de límites y una simetría entre la generación de padres e hijos.
Pasamos del sometimiento, al consumo.
En los cambios de la familia en las últimas décadas, además de cambios internos, fueron apareciendo nuevas configuraciones familiares.
Y en medio de todo, nuevas patologías, ligadas a “los cuidados” y al “desamparo”.
Quizás en medio de tanta vertiginosidad, desenfreno, aparece la pandemia que nos paraliza a todos y nos posiciona a pensarnos. . .
Pensarnos para adelante, pensarnos para adentro y pensar qué hicimos y qué podemos hacer si tenemos una nueva oportunidad.
Tenemos que seguir pensando como adultos, para que los jóvenes, los niños, puedan ser niños y jóvenes.
En ese 1, 15 y 29 de junio, ellos siguen siendo personas en construcción, preparemos a los niños y adolescentes desde un lugar adulto, firme; no sabemos todo, o no sabemos nada, pero tenemos que seguir sosteniéndolos y trasmitiéndoles pautas de autocuidado.
Somos seres vulnerables, no sabemos qué va a pasar mañana, tenemos que aprender a convivir con la incertidumbre pero sin permitirnos perder el eje de cada uno como ser humano.