martes 16 de abril, 2024
  • 8 am

Entendiendo a las tortugas II

César Suárez
Por

César Suárez

201 opiniones

Por el Dr. Cesar Suarez
Entenderse con las demás personas es una tarea posible, pero en ocasiones, difícil, cada uno tiene su forma de pensar, de razonar de entender, cada uno tiene sus inquietudes, sus intereses, cada uno expresa algo de los que piensa, pero no todo, cada uno expresa parte de sus intenciones, cada uno pone sus sentimientos, sus afectos, sus frustraciones y sus temores, cada uno dice cosas y se guarda otras.
Los seres humanos tenemos la virtud de la palabra, podemos decir, podemos explicar en nuestro idioma, nuestro mensaje, podemos buscar y encontrar las palabras y las frases adecuadas para trasmitir nuestro pensamiento, nuestras inquietudes y hasta expresar a través de la escritura nuestra forma de pensar.
Sin embargo, la comunicación va mucho más allá de las palabras y una atenta observación de la conducta de los que nos rodean, en ocasiones nos dan mucha más información que lo realmente se escucha, la reflexión serena de lo que uno ve, oye, percibe, nos va ubicando en forma cada vez más precisa en la escena y nos va a permitir entender.
La atenta observación es la clave para sumar conclusiones, sobre todo cuando no contamos con el testimonio de la palabra como es el caso de los paleontólogos que analizan indicios muy indirectos para recomponer la historia de la humanidad.
Si es difícil entender a las personas que son capaces de hablar y de escribir, cuanto más difícil es entender una tortuga.
La semana pasada yo relataba en este mismo espacio, que accidentalmente me había tenido que hacer cargo de un par de tortugas de mis nietos sin entender casi nada sobre esos reptiles, cada una en su pecera. Yo las miraba y ellas me miraban a mí, estirando su pescuezo como queriéndome decir algo, pero como no tienen la virtud de la palabra me resultaba imposible de entender y yo sólo atinaba a darles comida y yo mismo me decía, andá a entenderle a una tortuga
Días pasados, como cada día, las saqué de su pecera para limpiarlas y cambiar el agua y las puse sobre una superficie baldosada para que caminaran un poco pensando que eso les vendría bien porque me da la impresión que deben pasar muy aburridas encerradas en sus peceras.
Mientras limpiaba las peceras y en un descuido, enfilaron derecho a una piscina y se mandaron de cabeza, en mi ignorancia pensé, se van a ahogar, inmediatamente las saqué, pensando que habían caído accidentalmente, por suerte el agua de la piscina no tenía cloro.
No bien las saqué, y las puse en “tierra firme”, las veo de nuevo “enderezar” hacia la piscina y antes de que yo pudiera llegar, se mandaron de vuelta.
Estas tortugas que caminando son más lentas que Lugano, nadando son más rápidas que Michael Phelps, se mandan en picada hasta el fondo, o atraviesan de punta apunta la piscina y aunque no dicen nada, lucen felices.
Como permanecían demasiado tiempo sumergidas, a veces muy quietas, tenían miedo que se ahogaran, entonces hice como hace todo el mundo hoy día, me fui a consultar en internet para saber cuánto puede permanecer una tortuga sumergida y ahí dice que entre cuatro y siete horas y ahí me tranquilicé un poco.
De a poco voy comprendiendo a las tortugas que me angustiaba no poderlas entender cuando estiraban el pescuezo y me miraban como queriéndome decir algo, demostrándome una vez más que los hechos dicen más que las palabras y que la simple observación me trasmitieron lo que ellas querían.
La verdad es que en la vida cotidiana se nos pasan demasiadas cosas por alto simplemente por no estar dispuestos a observar detenidamente nuestro hábitat, lo que no nos permite comprender el ambiente y el entorno que nos rodea, y apurados solemos sacar falsas conclusiones acerca de otras personas o de lo que sea y peor que eso, salimos a hablar como si supiéramos.
De paso, ¿a nadie se le ocurrió adoptar un par de tortugas?