viernes 18 de octubre, 2024
  • 8 am

Desde el estómago

Adriana López Pedrozo
Por

Adriana López Pedrozo

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Por Adriana
López Pedrozzo
Desde hace un tiempo pinto, medito, hago reiky, cuido mi salud mental, pido ayuda cuando no puedo con algo y digo “te quiero” desde el estómago, el corazón, el alma y el espíritu.
¿Me identifico con una loba?
Desde que leí la obra de Clarisa Pinkola Estes, “Mujeres que corren con los lobos”, me sentí identificada con alguna de sus frases, tales como: “Los lobos y las mujeres comparten ciertas características psíquicas, una aguda percepción, un espíritu lúdico, y una elevada capacidad de afecto.”
Desarrolla un concepto sobre el arquetipo de la mujer salvaje, llamada de distintas maneras según la cultura del lugar.
Me identifiqué con “la huesera”, aquella que anda en el bosque juntando huesitos, arma un esqueleto y luego, cantando y con un hálito, le da vida, y el animal corre hasta perderse.
Por qué me veo así, me pregunto, y encontré la respuesta dentro de mí.
Llevo años juntando huesitos en el bosque para dejar conformes y alegres a los demás.
No busco que esqueleto armar; se va formando.
Y, cuando está completo y vivo, corre tras una vida diferente.
En ese espacio de tiempo, me leo y pienso:
¿Quién juntará los míos?
¿Quién se tomará el tiempo de armarme, aceptarme y darme vida?
Y llegué a la conclusión que me ha tocado ser mi propia huesera.
Querer pero no renunciando a lo que me hace bien.
Reaccionar ante lo que considero inviable.
Dejar de sentir lástima y pensar, “voy a encontrar los huesitos hasta armarlo”.
O quedarme en el proceso y permitir la libertad de que corra cuando quiera.
Es lo que llamo: “dejar el potrero abierto”.
Es preferible antes de tener a alguien como trofeo.
Subir la montaña y aullar hasta que la luna me ciegue.
No tener un guía, ni una sombra, sino… un alguien que nos elija y elijamos.
Sí, en mi espíritu mora una loba, en mi alma se manifiesta y en mi cuerpo se hace presente.
Alma, cuerpo y espíritu conforman una huesera, y sé que así será, porque no puedo dejar de andar en el bosque, y allí hay muchos huesitos esperando por volver a correr.
No puedo, todavía, dejar de verlos, sentirlos, intuirlos y… seguir de largo.
Aunque la loba siempre estará atenta, también le gusta dormirse a la luz de la luna, imprescindible descanso para seguir con su tarea.
Las lobas se reconocen entre sí, las une un vínculo ancestral.
La mirada las delata. Cuando se encuentran con otra se escudriñan y sin importarles mucho hablan toda una noche con una persona “que no vieron jamás, pero me sentí identificada/o”.
El instinto las une en un tiempo y un lugar determinado.
Sí, me identifico con una loba.
LAS CONSECUENCIAS EN ESTA ÉPOCA
Generalmente las personas intuitivas no lo dicen mucho.
Con el tiempo pasando a gran velocidad se limitan a tratar de cerrar el círculo de su propia existencia.
No aconsejan ni opinan, salvo que especialmente se le pregunte su parecer.
Mirando directamente a los ojos dicen la opinión más fiel que tienen de determinada situación.
Por eso, de algunas de estas personas dicen: “si quieres saber la verdad, pregúntale a…”
Se reconcilian con la soledad, pero aman los lazos afectivos y los abrazos.
Cuando abrazas, sientes que todo tu cuerpo recibe una oleada de paz, de su paz interior, la que guardan celosamente.
Duermen poco, comen poco, se hidratan, como cumpliendo con la premisa del porcentaje de agua del cuerpo humano.
Caminan como pidiendo perdón al pasto, apenas se deslizan, sus gestos son tranquilizadores y jamás levantan la voz.
Es que quieren transmitir lo que sienten, pero es intransferible, como la propia experiencia.
Ante la pandemia, elaboran teorías y rezan en lo que creen.
Libertad de cultos.