jueves 28 de marzo, 2024
  • 8 am

El hombre vacío

Adriana López Pedrozo
Por

Adriana López Pedrozo

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Por Adriana
López Pedrozzo
El ir y venir de las distintas cepas que se instalan dentro de esta pandemia, nos hace pensar que, quizás, tengamos que aprender a convivir de esta manera, vacunándose y rezando para que la próxima cepa sea leve o directamente que no aparezca nueva cepa.
Los efectos post covid están durando en irse, más allá del alta recibida.
Es decir, no los síntomas, sino lo que “nos queda”.
Dolores musculares, de cabeza, algún decaimiento inexplicable, se manifiesta cada tanto hasta después de hacer catorce días de aislamiento.
“Tengo la boca seca como lengua de loro”, nos remite a esa sensación de sequedad en las mucosas bucales.
Y, aunque no aparezca escrito, por los hechos lo sabemos. Es algo fáctico.
En medio de tal situación de empuje en estas últimas semanas, aparecen advertencias de olas de calor e incendios
Para la mayoría de la gente que estaba con esa alegría efímera de la desaparición de la enfermedad, que debe seguir trabajando, esto se hace muy difícil de sobrellevar.
Pero, nos sugería una pedagoga: “Cuando den algún tema de catástrofes mundiales siempre dejen un mensaje de esperanza”, sobre todo trabajando con niños y adolescentes.
¿Por qué? Esa sensación de que todo está mal, comienza a gestar lo que hemos dado por llamar el hombre vacío (refiriéndose a la humanidad en su conjunto).
Siendo una enfermedad en soledad, después de ver televisión, leer y practicar algún hobby, tenemos tiempo para pasar con nosotros mismos y bucear en nuestras expectativas.
Es así que aquel que no se puede reconciliar con esta situación, ni buscar ayuda, termina muy desilusionado de la vida.
Termina siendo “un hombre vacío”.
¿Vacío de qué? De emociones.
Vive como en una meseta donde todo da lo mismo, no puede encarar un día de actividad con el otro. No pierde el olfato ni el gusto. Pierde la sensación de que la vida, entre todas estas condiciones que se están dando, igualmente nos da motivos para festejar.
Para festejar que respiramos, caminamos, vemos… las pequeñas grandes cosas que en un momento se habían terminado por considerarlas obvias.
Actuábamos entonces como superiores al universo y sus vueltas.
Lo más cercano a la alegría era: un auto nuevo, viajar y fotografiar toda Europa, tomar hasta el agua de los floreros, dejar de saludar a gente que se conoce de toda la vida pero…pasaba a otro nivel si alteraba algo de las “reglas de la comunidad”: Esta pandemia nos enseñó que lo único permanente es el cambio.
Que somos finitos. Que hay que volver a las fuentes naturales. Que hay que valorar aquel pequeño acto de amor, sea cual fuere. Que hay que volver a rellenarse de afecto, lecturas, palabras lindas “para el otro”, una sorpresa, regalar sin motivo, preguntar “como estás”, no preguntar aquello que sabemos lastiman al receptor de nuestras palabras.
Esto equivaldría a un hombre vacío.
Y no podemos vivir vacíos, que no es lo mismo que en soledad.
La soledad puede ser en algunos casos sanadora, si sabemos amigarnos con ella.
La sensación de vacío deja en penumbras el camino que debemos seguir transitando.
Por nosotros, por el que nos quiere, por los que queremos, por los niños nacidos en tremenda época, por las personas de la tercera edad que no son desechables.
La escucha atenta nos llena el alma, porque sabemos que podemos hacer algo por alguien, que realmente está solo y vacío,
¿Cuál es entonces el mensaje esperanzador?
Demostremos amor, compasión, alegría sincera, fraternidad y solidaridad con nuestros congéneres.
Quizás así y con muchas otras ideas podamos evitar la aparición de “hombres vacíos”.