Por el Padre Martín Ponce De León
Suele no opinar sino “dogmatizar”. Quizás sea por su forma de ser o por su estilo de decir sus pensamientos.
Manifestó que ya se había puesto, suficientemente, la vida en la eucaristía y que, ahora, había llegado el tiempo de poner teología en la vida.
No fue una opinión que se vertió sino una certeza que se enunció.
No había espacio para el cuestionamiento, no había lugar para la duda. Era una “norma” que se brindaba.
Pero, real e íntimamente, uno conserva serias dudas sobre tal afirmación.
¿Puede, alguna vez, sentirse que la eucaristía ya está suficientemente colmada de vida?
Suele parecer todo lo contrario.
La teoría puede decirnos una cosa pero, creo yo, que la realidad es la que debe ser escuchada.
Por más que uno pueda saber que la eucaristía es “perfectita” no deja de descubrir que, para la mayoría de los fieles, la misma resulta muy alejada de la realidad (la vida) de los cristianos.
Sin duda que existe una variada gama de signos pero los mismos necesitan ser explicados para que puedan ser entendidos.
Se dice que cuando un signo pierde la capacidad de ser elocuente por sí mismo pierde su capacidad de signo.
La eucaristía está muy lejos de ser una necesidad para muchísimos de los cristianos.
En muchos casos es una obligación a la que asisten.
Por más que se han buscado caminos los mismos no llegan a despojar al cura de ser “el protagonista” de una realidad a la que asisten los fieles.
Tan “protagonista” que una eucaristía puede “estar buena”, “llegar” y lo que guía tales parámetros no es otra cosa que el sermón del cura.
Una realidad que, dentro de la teoría, es verdaderamente secundaria, pero que la hacemos demasiado importante.
Muchísimas son las veces que, por una cuestión de tiempo, la homilía (sermón) se convierte en lo más importante.
¿Cuál es la participación real que tienen los fieles?
Muchísimas veces, todo se limita a algunas respuestas, a cantar, leer algo y acercar alguna cosa.
La mayoría de las veces, todo es tan estructurado que, parece, hay un “libreto” del que es imposible apartarse y solamente quienes tienen parte en ese “libreto” pueden participar y el resto debe limitarse a escuchar.
Cambian las lecturas, pueden cambiar los cantos, cambia la homilía del cura y……….. ¿la vida cambiante de los fieles cómo entra?
Por lo general la vida, parecería, queda en la puerta del templo para que la retomemos al salir para marchar.
Sé que la eucaristía es una celebración de la Iglesia en cuanto tal y por lo tanto no hay mucho espacio para los “franco tiradores” pero eso no va reñido con la búsqueda de espacios para la vital participación.
No debo escribir “búsqueda de espacios” puesto que los mismos están. Sucede que, muchísimas veces, no los aprovechamos.
No los aprovechamos porque no los damos (los curas podemos continuar teniendo la exclusividad del protagonismo) o porque no los reclamamos (los fieles, por comodidad, pueden continuar “asistiendo” y no complicarse la vida con “celebrar participando”).
Es indudable que el momento más privilegiado de la celebración eucarística debe ser el de la consagración.
Momento en que Cristo Resucitado se hace presencia sobre la mesa de la comunidad que celebra.
¿No será que si abrimos, realmente, la eucaristía a la vida todo lo nuestro debería ser una prolongada celebración y no estamos dispuestos a ello?
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