jueves 25 de abril, 2024
  • 8 am

La columna infiltrada

MATAR AL MORMÓN

Hace un tiempo hablamos de Julio Guarteche, un reconocido policía uruguayo que luego de ocupar la dirección de investigaciones de Florida, pasó a ocupar la titularidad de la brigada antinarcóticos y luego la Dirección Nacional de Policía, es decir el Nº 4 en el Ministerio del Interior… Poseedor de una inteligencia y formación intelectual muy superior a la media, no solo de la Policía, le habían permitido ascender en la institución. A lo largo de su carrera logró desarticular varias bandas de narcos, por lo cual fue “marcado” para que sicarios acabaran con su vida, el atentado fue impedido por la DEA norteamericana, y al final murió de un cáncer de páncreas.
El título que escribió Gabriel Pereyra en su libro, Matar al mormón, se basa justamente en la religión que profesaba Julio Guarteche, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, más conocida como la iglesia de los mormones.
Capitulo 5
Parte de esta historia, que Sandra ya conocía. Fue la que relató Guarteche aquella madrugada de julio mientras huían de los lugares que frecuentaban.
Los detalles le daban escalofríos. No se trataba de una amenaza. No habían avisado. Cachito, con todo el peso de sus contactos, había decidido hacerle un atentado con bomba. Punto. Pero, aún así, ¿era probable, además de posible, ejecutar un magnicidio en el presuntamente tranquilo Uruguay? Los detalles le darían la respuesta a Sandra, quien nunca había visto a Julio –su esposo- tan preocupado.
Los oficiales policiales consultados para este libre acerca de cómo se enteraron que estaba en ciernes un atentado contra Guarteche dieron datos difusos: la información de un arrepentido, un personaje misterioso, etc.
En cambio Sandra, la esposa a la que Julio le confiaba todos sus secretos, fue directa: “Cachito estaba infiltrado por la DEA. Fue un agente encubierto de la DEA el que se enteró e informó”.
Luego la información fue confirmada con un abogado local vinculado a Cachito, quien dio otros datos: se estaba buscando explosivo militar C4 y ametralladoras Uzi en el mercado local y dos sicarios extranjeros, un marroquí y un holandés, expertos en explosivos iban a venir a Uruguay para ejecutar el atentado.
Mientras viajaban hacia el campo de Sandra, Julio le contó a su mujer que no sabían si los sicarios habían ingresado al país, pero que se había iniciado una investigación para averiguarlo.
La investigación dio resultados alarmantes: la DEA confirmó el nombre de ambos sicarios que tenían antecedentes de atentados con bomba y a partir de pasaportes falsificados se determinó que habían ingresado a Uruguay para recoger información de campo. Se pudo saber porque la DEA envió la foto de un marroquí y un holandés contratados por Cachito. La DEA tenía un “topo” en el entorno de Cachito, pero no sabía a ciencia cierta las fechas en que los sicarios llegarían a Uruguay.
“En agosto se inició la investigación y ahí se concluyó que en mayo de 2009 los sicarios habían estado en Uruguay haciendo un relevamiento de domicilio y todo eso, para después venir en agosto a llevar a cabo el atentado”, cuenta Noria, Jefe Antidrogas.
Estuvieron increíblemente cerca de concretar la voladura. Pero Cachito tenía un punto débil para concretar la ejecución: su hermano seguía preso en Uruguay. Sabía cómo se manejan ciertas cosas cuando alcanzan un límite. Si hacía el atentado antes de rescatarlo o de que su hermano cumpliera la pena, el preso no saldría con vida de la cárcel.
Habla Sandra: “Sabía que Julio era muy querido a nivel policial y que si algo nos pasaba iba a haber represalias. En el campo tratamos de tener una vida relativamente normal. Los niños salían al campo con los dos muchachos de la custodia que andaban con las (subametralladoras) HK y bueno, los nenes salían a correr, a jugar, con los mismos muchachos que iban con las HK, porque estaba todo el mundo armado.
A mí se me enseñó a manejar las pistolas Glock, las HK, y hacía tiro.”
La viuda del policía recuerda cosas que sus compañeros de brigada o no sabían o prefirieron no relatar con esta crudeza: “Julio estaba preocupado, porque hubo gente que estaba pegada al combate al narco en Europa que le dijo: vos sabés cuál es la solución. Muerto el perro, muerta la rabia. Y Julio dijo, no, no van a matar a alguien y sentir la sangre en mis manos. Pero es la solución, le decían”.
De cualquier manera, en Uruguay la policía hizo lo suyo según relató Layera: “No sabíamos cuando iba a pasar. Hasta que ahí, rápidamente hacemos todo y llegamos al Cachito. Llegamos de una manera tercerizada y le dijimos si eso pasa nosotros vamos a responder diferente”.
Para la familia Guarteche ya nada fue igual. “Después de que regresamos, por un tiempo no íbamos todos en el mismo auto. Él iba en el auto blindado y nosotros en otro, entonces iban al colegio en dos vehículos.”
Sandra vuelve a rememorar: “Nuestro dormitorio estaba en frente y ponían los chalecos antibalas en la ventana con armas abajo. Y arriba del mueble siempre había una UK… Se nos hacía difícil que los amigos de nuestros hijos vinieran a casa, o porque veían policías o yo tenía miedo que vieran las armas. Cuando nos mudamos, ahí donde poníamos los chalecos, alguna vecina hizo denuncia en la 14 (seccional) porque veía bajar gente con armas”.
“Al final cuando detuvieron a Cachito, Julio fue a verlo. Le explicó que él nunca había jugado a favor de nadie”, cuenta Sandra.
Incluso, según el Jefe Antidrogas, Carlos Noria, Cachito le dio una información importante a Guarteche: “Le dijo que Risotto estaba por adentro de todos los operativos nuestros porque tenía custodios que eran policías y que cuando nosotros, acá la Dirección de Drogas, iba a hacer un procedimiento grande, llamaba a ese grupo al que pertenecían estos policías y él se enteraba. Y estando enterado de los procedimientos se abría o no avisaba al resto. Y bueno, lo mataron a Risotto y ahí se terminó su historia”.
Después de explicarle a Cachito como eran las cosas, al final, Guarteche le dijo: “Vos estás vivo porque yo quiero”.
Datos extraídos del libro MATAR AL MORMÓN, del periodista Gabriel Pereyra.