sábado 23 de noviembre, 2024
  • 8 am

Para un amigo

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

442 opiniones

Por el Padre Martín Ponce De León
Hace unos años estábamos en una celebración penitencial cuando un revuelo llamó mi atención.
Había tenido una descompensación y lo retiraban del confesionario tan blanco como su alba y luego de haber sufrido un breve desmayo.
Tiempo después volvió a vivir otro quebranto en su salud y le implicó mucho tiempo, medianamente, recuperarse. Aún conservaba algunas secuelas de tal hecho.
Ahora volvió a tener otro quebranto y no pudo recuperarse.
Me cuesta pensar en él como alguien que, físicamente, ya no estará.
Una y más veces ha venido a mi mente el recuerdo de cuando lo encontré, días después del tornado, en la primera visita que podía hacerle.
El templo presentaba una imagen lamentable. Vidrios y agua se encontraban por todas partes. Algunos bancos habían sido movidos de sus lugares producto de la limpieza que comenzaba a hacerse.
En uno de los bancos de aquel inmenso templo, sentado junto a una escoba, se encontraba él. Parecía más pequeño que siempre y ocupado en una desafiante tarea como siempre.
Me invitó a salir del templo para gastar un pucho y tomarse un descanso mientras conversábamos.
Me contó lo que había vivido y los desafíos que tendría por delante. Desafío que, con ayuda de muchos, logró llevar a término mucho antes de lo pensado.
Muchas veces conversamos de situaciones y tareas que debía enfrentar.
Tareas que le iban surgiendo del compartir con la gente se su comunidad a la que se debía cada día más.
Sus varios años en aquel lugar lo hicieron conocedor del territorio parroquial y de muchas personas del lugar al que sentía y vivía como “su parroquia”
Sufría pensando que en algún momento podía ser trasladado a otro lugar de la diócesis.
Una diócesis a la que amaba por sobre todas las cosas puesto que, por ejemplo, prestaba su tarea de consultor como un servicio aunque no era algo de su agrado.
Nunca logré entender cómo, siendo de muy bajo perfil, podía disfrutar tanto los eventos donde podía acompañar a la gente en alguna celebración donde viajaba en un carro que llevaba la imagen de María. Pero él disfrutaba de esas actividades que lo llevaban a estar con la gente.
En esas tareas se encontraba plenamente a gusto puesto que gustaba de lo sencillo y de todo aquello que le implicara estar disponible.
Gustaba que lo supieran, porque así se sentía, cercano y, por sobre todas las cosas, un buen vecino buscando ayudar a solucionar los problemas que podían ir surgiendo.
En una oportunidad conversábamos sobre su aparente ausencia de una actividad en una capilla de la parroquia y me dijo: “Ellos saben que cuando me necesiten estoy, pero no quiero asumir un protagonismo que no me corresponde. Si uno va es el cura y te hacen planteos que, al no ir, se los hacen a ellos y eso es lo importante”
Durante mucho tiempo tuvo a su madre, muy deteriorada en la salud, viviendo en la casa parroquial y eso le implicó un desgaste importante. Estaba en todos los detalles pero, también, veía a su madre desgastarse más y más. Pero, como todo lo suyo, lo asumió como un deber y un servicio que debía realizar.
Cuando asumía alguna tarea ello se convertía en el motivo de casi todas sus conversaciones. Si era la obra de la reparación de alguna capilla solía hablar hasta de los presupuesto que debía afrontar y la respuesta colaboradora de la gente o la realización de los convenios que debía enfrentar.
Esas tareas eran de su agrado y se medía de cuerpo y alma en tal emprendimiento.
Gustaba, también, conversar, con admiración, de los colaboradores que encontraba en la parroquia
Sabía podía contar con ellos y tal cosa facilitaba su responsabilidad.
Era entregado y amigo de las cosas simples.
Era amigo de sus amigos y yo disfrutaba de ello y del darle una mano.
Sin duda voy a extrañar su llamada matutina y semanal.