La semana pasada contamos la historia de la muerte de Gumersindo, pero por falta de espacio omitimos el desarrollo de su muerte. Aquí la historia co
-Derrotada la escuadra de mar, el ejército revolucionario decide replegarse y se dirige a la frontera. En Carobí deciden enfrentar a un escuadrón de la avanzada gubernista que los venía persiguiendo. La estrategia era esperar para atacar al día siguiente, pero Aparicio y otro lancero le piden a Gumersindo que les permita una carga de lanzas a los punteros enemigos que los venían persiguiendo, “para calentar” el cuerpo. Era frecuente este tipo de acciones arriesgadas de algunos jóvenes revolucionarios. Gumersindo, orgullosos de su hermano, lo hablita. La carga fue arrolladora y uno de los que quedó herido, que pasó por encima del piquete comandado por Aparicio, reconoció a Gumersindo que simplemente estaba mirando, y le tiró un disparo. Cuando Aparicio se dio vuelta encontró a su hermano muerto. Para evitar el desbande de la tropa, los médicos y los jefes lo llevaron a la tienda y dicen que lo van a curar. Al día siguiente declaran su fallecimiento y nombran jefe a Aparicio Saravia, que cumple con la misión de retirar el ejército a la Argentina y reorganizarse para una nueva invasión.
Después, Aparicio, sin Gumersindo, que ya había muerto, inicia el proceso revolucionario en Uruguay en 1897, que termina con su muerte en 1904. En 1903 había llegado a estar a las puertas de Montevideo con 13 mil hombres armados hasta los dientes, donde ladinamente el gobierno le propone una paz. Él se detiene, con lo que demuestra que lo suyo no era el poder sino simplemente lograr introducir en la política algunos cambio. Batlle, muy hábilmente, fortalece el ejército, desembarcando marines americanos y rompe el pacto, sabiendo que Saravia iba a reaccionar y de esa manera encuentra una justificación para salir a liquidarlo.
El relato de Riet parece revivir aquellos episodios. Su propia historia lo ha vinculado con las revoluciones. Sus lecturas han profundizado esas visiones. Luego, la tierra lo acercará a otras rebeldías más recientes. Igual que aquel tío que “cobijaba a Gumersindo”, él será uno de los tantos apoyos de Wilson Ferreira Aldunate en el exilio. Formará parte, como otros uruguayos, de la resistencia durante la dictadura.
Su vinculación con Wilson
-A Wilson lo conocí de toda la vida, porque tenía su establecimiento cerca de casa. Cuando me recibo se establece una relación de trabajo, pues lo asesoraba como veterinario y ahí se crea una amistad con él y su familia…
… Mi militancia con Wilson empieza en la campaña del 71. Se fortalece en los momentos previos a la dictadura. Recuerdo que cuando se pidió el desafuero de Wilson y de Erro, fuimos “calzados” con Gonzalo Ferreira (hijo de Wilson) a Montevideo para hacerle el aguante, como tantos otros jóvenes de Por la Patria que encontramos en el edificio de avenida Brasil, que también pasaron la noche ahí. Poco tiempo después volvimos y fuimos testigos de sus últimos discursos en el Parlamento y su ida a la Argentina.
…Fui uno de sus “correos” que mantuve contacto con él en Brasil. Junto con Julián Murguía grabábamos desde Porto Alegre muchos de los casetes que luego circulaban aquí. Había que hacer como 20 copias y no era como ahora, estábamos horas y horas en las radios que nos facilitaban para hacer grabaciones…
Anécdota
Había empezado la dictadura, Wilson ya se había ido a Buenos Aires y a Gonzalo (hijo de Wilson) se le ocurrió trasladar para mi casa, que quedaba en una chacra cerca de Castillos, un montón de armas que tenía en la estancia. Se estaba previniendo, porque tenía ganas de salir a meter balas y sabía que para eso el compinche acertado era yo (se ríe a carcajadas). Pero no contamos con que un lechero que iba pasando por la carretera vio el “desembarco” (de las armas) y se fue derecho para la comisaría. Al poco rato me mandó a llamar el comisario. Las armas habían quedado debajo de unas bolsas de papa recién cosechadas… el comisario me interroga, evidentemente negué tal cosa. Imagínate, iba para adentro, nada menos que por tenencia de armas, incluso alguna de guerra… No sé si me creyó, pero aceptó. Era un comisario recto y duro… esto era de las historias que no se podían contar… Tuvimos muchas buenas y malas, y nos hicimos grandes amigos (con Gonzalo Ferreira)…
Datos extraídos del libro “Tiren al blanco”, la otra historia Riet, de la escritora Rosario Cardoso Arrigoni, editorial Fin de Siglo.