Por Armando Guglielmone Instructor canino – educador etólogo Representante de ovejeros alemanes von schutzmann Contacto : 098 539 682
Hace unos años ya una persona me llamó por su perro ovejero alemán, pues este tenía ciertos problemas de conducta asociados a la agresión que se manifestaba cuando aparecía un familiar en particular en la escena. Fui a ver el perro en cuestión contándome el dueño que aparentemente se lo habían adiestrado pero la cosa que el perro se comportaba como se le daba la gana. Después de hacerle ver que había sido timado por quien decía ser adiestrador y concluir que el perro tenía un problema de dominancia activa por haber sido mal jerarquizado comenzamos a trabajar con él. El perro resultó ser tan posesivo que no quería ni que fueran sacadas las bolsas de basura, todo era de él. Esto en un perro dominante agresivo es normal ya que la dominancia se asocia a la posesividad, pero no por eso debe ser aceptado. La cosa y tal que el perro mudó el comportamiento, no dejaba de ser un perro dominante pero ahora respondía a las órdenes y se sometía de relativo buen agrado. Pasó el tiempo y un día el dueño debía partir al exterior, pero no quería perder su perro, buscamos quién lo cuidara hasta su regreso sin fecha determinada, pero se volvió cuesta arriba encontrar a la persona adecuada, es que nadie quería, pese a que el perro iba a tener todos los gastos cubiertos devolver el perro al regreso de su dueño. Agobiado por la urgencia lo dejó en tenencia en una institución del estado asumiendo que por la “experiencia “que tenían iba a estar bien ahí. Un día me llama y me cuenta esto de lo que yo no tenía idea y me dice que su perro atacó a una persona provocándole graves heridas, pidiéndome si podía ir con él a buscarlo ya que en dos días se iba del país. Fuimos por él hasta donde estaba y mientras me decían constantemente que esperara pues atacaba sin razón fui por él igual encontrando un perro flaco, agobiado y desesperado por huir de ese lugar. Total que lo cargamos y fuimos a dejarlo en una guardería, mientras íbamos el dueño me aclara que él les dijo si querían que yo fuese para decirles cómo manejarlo, pero le habían dicho con aire de suficiencia que ellos sabían el cómo, en fin. Así, Darko, tal el nombre del perro, pasó a vivir durante algunos años en esta guardería siendo mi responsabilidad ir varias veces por semana por él para que tuviera esparcimiento y ejercicio a gusto, el perro que habían tachado de agresivo y que atacaba sin motivo era un perro feliz, que amaba meterse en la cañada para refrescarse en verano y mascar huesitos con carne a la sombra de los eucaliptus. Había llegado a amar esa rutina de las tardes, de disfrutar de su compañía en el campo tomando mate con él a mi lado. Pasó el tiempo, el dueño volvió y el perro volvió a juntarse con su familia; recuerdo pasar por su casa y verlo, ya viejo, echado en el frente en el césped disfrutando el sol, como le gusta a los perros. Ya no se veía como el perro fuerte y atlético que fue, pero cuando me miraba al yo pasar, en sus ojos podía ver gratitud, esa gratitud que nos tienen los perros cuando los tratamos con amor y respeto. Darko ya no está, pero siempre quedará en mi recuerdo.
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