jueves 21 de noviembre, 2024
  • 8 am

Un tatú

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce de León.
Interrumpió la conversación y su voz particular se llenó de brillo al preguntar: “¿Alguna vez comieron tatú?”. Era casi evidente cuál habría de ser la respuesta de quienes le escuchábamos. “No” “Yo comí mulita, pero dicen que no es igual” y alguna otra respuesta similar. Allí se apoderó de la conversación. “Ayer una señora se me acercó y me dio un paquete con casi medio tatú. El tatú es casi igual a la mulita, pero mucho más. Mucho más sabor, mucha más carne, mucho más grasita. Todo mucho más”. Se sabía había acaparado la atención de su auditorio y, tal vez, alguno comenzó a envidiar su oportunidad mientras él disfrutaba del ser escuchado. Prolongaba su relato con detalles que no tenían otra finalidad que alargar ser centro de atención. “Se me acerca una señora, que alguna vez había visto, y venía con las manos así (hace un gesto y lo prolonga para que todos lo vean) y me dice: “Esto es para usted y espero le agrade”. Pasa, luego, a relatar su encuentro con lo que le habían llevado. “Cuando empecé a sacar el papel que envolvía una bandeja de cartón, me llegó el olor a bien asadito y adobado. Ya con aquel olor, se me hacía agua la boca. Seguí sacando el papel y… ¡Tatú!. Yo lo conocía porque muchas veces, estando en campaña, había comido. Señora, ¿cómo no me va a gustar? Esto es un manjar. Me puse a comer y chupar los huesitos” Narró la alegría de la señora al verlo comer con tanto gusto lo que le había llevado. “Ella tenía una perrita y yo, con delicadeza, le acercaba los huesitos y el animalito se los devoraba. La señora me pidió no le diera de comer a la perrita y yo le dije que a la perrita le gustaban tanto como a mí, pero dejé de darle para que la mujer no se enojase” “Comí hasta que no pude más y, entonces, me vine por aquí para convidar a alguno de ustedes. No había nadie y me fui para lo de doña (da un nombre) y le regalé lo que yo ya no podía comer”. Allí terminó su relato y del mismo surgieron algunos diversos comentarios. “Suerte la tuya”. “¿Por qué no estaba yo allí con vos?” “¡No es para todos tanta suerte!” “¿No te hizo mal comer tanto o ya estás acostumbrado?”. Él sonreía y no respondía. Miraba a su auditorio con una sonrisa triunfadora en el rostro puesto que, supongo, se sentiría privilegiado dentro del grupo. Debía retirarme puesto que se me había terminado el tiempo de aquel disfrute mañanero. Lo felicité por la suerte y le desee tuviese un buen provecho y, a los demás, les dije lamentaba se hubiesen quedado con las ganas. Mientras me retiraba crecía en mí una sensación que me hacía sonreír en silencio. Producto del relato compartido, aquel grupo, había desayunado tatú bien asado y adobado. También me quedaba con el rostro del relator que, sin duda, había puesto algo de color en su relato y en los detalles del mismo, pero, por un rato, se había sabido el centro de la atención y la escucha de sus compañeros de desventuras. En oportunidades, he visto comparten lo que han podido lograr, hoy no tenían otra cosa que un relato y lo disfrutaron en la suerte del relator. Era lo único que tenían para compartir y lo hacían. Sin lugar a dudas que esas pequeñas cosas los une y anima a esperar tener, algún otro, un trozo de suerte. Supongo que en esa mañana, en más de una oportunidad, deben de haber evocado la suerte del relator y anhelar que la fortuna pase por ellos alguna vez.