Por Carlos Arredondo
Hablar de las experiencias cercanas a la muerte —las llamadas ECM— es internarse en un territorio donde la ciencia, la filosofía, la física cuántica y por supuesto, las propias vivencias humanas se encuentran, a veces en armonía y otras en abierta tensión.
Estos relatos, que aparecen en diversas culturas y momentos históricos, suelen compartir una estructura sorprendentemente similar: una separación del cuerpo, la impresión de atravesar un umbral, la sensación de paz, la aparición de figuras significativas o luminosas, y un retorno que deja huellas profundas. No importa si el testimonio proviene de un niño, un adulto o un anciano, de un creyente, un agnóstico o alguien sin ninguna inclinación espiritual. La universalidad del fenómeno obliga a tomarlo en serio.
El debate es amplio y cargado de matices. Para algunos investigadores las ECM constituyen un fenómeno neurológico que ocurre cuando el cerebro entra en estado crítico. Para otros, son vivencias que desafían esa explicación y abren puertas hacia algo más, algo que todavía la ciencia parecería no comprender del todo. Pero más allá de las interpretaciones, lo que persiste es la fuerza de los relatos: personas que aseguran haber visto la vida desde afuera, haber sentido una lucidez distinta o haber recibido un mensaje que cambió su forma de entender la existencia.
En este informe buscamos acercarnos a ese universo a partir de testimonios locales —personas de nuestra comunidad que vivieron algo que, para ellas, marcó un antes y un después— sin perder de vista el carácter global de este fenómeno humano.
El periodista que peleó con serpientes
El conocido periodista salteño Juan José Díaz tenía 65 años cuando en el año 2022, atravesó un episodio crítico de salud que lo dejó al borde de la muerte. En ese umbral, donde el cuerpo cede y la conciencia parece flotar, comenzó una vivencia que él describe como “una experiencia espiritual… o tal vez un sueño”, aunque inmediatamente aclara que “lo tengo presente como que lo estuviera viviendo ahora”.
“El Gordo Díaz” -como es conocido en el ambiente periodístico- aceptó ser parte de este informe y contó a CAMBIO su experiencia, la que no está exenta de emoción, dramatismo, incertidumbre, misterio y enseñanzas que lo cambian todo, pues mueven las estructuras existenciales de quienes lo viven.
En noviembre de aquel año fue internado en CTI y allí estuvo 9 días, de los cuales 2 se borraron de sus recuerdos: “sinceramente me perdí, totalmente me perdí, y ahí fue que me pasó, que te digo que fue como un sueño” apuntó.
El encuentro con las serpientes
Lo primero que recuerda va a contrapelo de lo que habitualmente se escucha sobre lo que acontece en esas vivencias: “Andaba en una especie de riachuelo –comenzó diciendo-, una cosa llena de serpientes gigantes, tipo anacondas, grandes, pero todas agresivas -pero ninguna llegó a morderme-, me enroscaban las piernas.
Mi esposa –continuó- había venido corriendo y me dio la mano, íbamos entre los dos queriendo salir de todo eso. Incluso en un momento la enroscaron a ella también, y la agarré –a la serpiente-, y parece que sentía el olor del bicho, cuando lo partí, (gesticula con las manos como partiendo algo) un olor nauseabundo, feo, que se sentía de ese animal, y otros más, una cosa horrible…Pero seguíamos caminando y seguían apareciendo ese tipo de serpientes, todas grandes, de color oscuro, manchadas… Hasta que apareció como una escalera, de la nada. Una escalera en el medio del riachuelo, al costado, y bueno, empezamos a subir y logramos salir -y los bichos dando vueltas a todo alrededor - y cuando íbamos llegando allá arriba, encontramos un portón, blanco, cerrado, y no podía abrirlo, y no podíamos pasar para el otro lado, y los bichos como que querían subir por esa escalera.
El momento de la paz
“Y en eso aparece un hombre del otro lado, un hombre gordito, bajito, con una calvicie importante, y me pasa una llave grande, pero grande, un metro y medio de largo, y me dice, “tenés que abrir de ese lado, porque de este lado no se abre”. Puse la llave en la puerta, la abrí, y pasamos, y ahí empecé a ver las cosas como que las estabas viendo desde el cielo, así como que iba flotando, como si fuera en un avión, mirando por la ventanilla. Veía los árboles, los animales, cosas lindas, ¡y una paz impresionante, una dulzura, una cosa! ¡Aquello era un sueño! Una cosa que nunca lo había vivido, una paz tan llamativa. Era una cosa que daban ganas de quedarse, te digo sinceramente, porque era una paz aquella, ¡y bueno…!
“Aun no es tu hora”
Mientras pelea con la emoción para continuar su relato, Díaz traga saliva y sigue adelante con su recuerdo: “Y ahí sentí que me sacudían la mano, y me desperté. Estaba acostado de lado –en el CTI- y una figura, un hombre de barba, media blanca, bastante larga, gordo, me dice: “Escuchame, ¿me escuchás?”, y yo estaba que me dormía, con una somnolencia tremenda, y el tipo me sacudió de vuelta la mano, y me dice: ”Escuchame, tengo algo para decirte, los hermanos…” (y no recuerdo la palabra que dijo, los hermanos, no sé si dijo ascendidos, pero fue ese concepto) “los hermanos me dicen que ésta no es tu hora”, y me volví a dormir”.
Acá no entró nadie
Un rato después, una enfermera entró a controlarlo, y él le preguntó quién había estado allí, a lo que la profesional le contestó: “Nadie. No había nadie.” Tanto ella como su compañera confirmaron que nadie fuera del personal había entrado en la sala.
A la mañana siguiente, los médicos se sorprendieron por su evolución. Ya no podían seguir dándole sangre —dijeron— porque en su estado podría hacerle más mal que bien: ahora necesitaba empezar a recuperarse. Comenzaron a hidratarlo y a alimentarlo. Él, aún con la experiencia fresca, se la contó al equipo de salud. Días después, un médico volvió a preguntarle si había visto la clásica “luz al final del túnel”, y Juan José le respondió: “No. Lo que vi fue otra cosa.”
Una experiencia que lo cambió todo
Con el paso del tiempo, la experiencia comenzó a transformar su vida cotidiana. Habla de un cambio profundo en la manera de valorar cada día, de bajar el ritmo, de no enojarse por cosas menores. Sintió que recibió un mensaje que lo llevó a acercarse de nuevo a la espiritualidad: reza el rosario, participa en su comunidad, retomó vínculos, incluso cumplió un deseo postergado desde siempre: aprender a tocar el piano.
Hoy, mirando hacia atrás, sigue sin saber si aquello fue un sueño, una visión o un mensaje. “Pero sí tiene algo claro: desde entonces vive la vida de otra manera, y la posibilidad de “algo más” después de esta existencia dejó de ser una idea abstracta para convertirse en una certeza íntima, nacida de una vivencia tan misteriosa como transformadora.”
El caso Milo
Smile Emerson Rodríguez (Milo) es mozo en una céntrica pizzería salteña, hoy tiene 64 años, pero dos años antes, el 19 de octubre de 2023, mientras jugaba al fútbol con compañeros de trabajo, cerca de las 19 horas, comenzó a sentirse mal y cayó en la cancha con un paro cardíaco que parecía fulminante.
Gracias a los trabajos de reanimación de sus compañeros y la rápida llegada de una emergencia médica, Milo llegó al IMAE aún con signos vitales, y un rato después los médicos aseguraban que había sufrido 25 (veinticinco) infartos y 4 paros cardíacos –según nos dijo -, mientras continuaban la batalla para mantenerlo con vida.
Clínicamente muerto
De acuerdo con lo dicho por lo médicos, en el último de estos episodios, su corazón permaneció entre 5 y 7 minutos sin actividad, por lo que estuvo clínicamente muerto. Pero lo que los médicos no podían saber era que, justo en ese momento, su paciente estaba viviendo una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte).
Emerson, gentilmente, también sumó su relato a este informe, y aunque el tiempo haya pasado su recuerdo de lo vivido aun no deja de emocionarlo.
Una paz que no hay acá en la tierra
“Entre infarto e infarto, yo lo único le pedía que a Dios que no me dejara con secuelas” comenzó recordando y continuó: “En el último infarto como que quedé muerto, me fui a una dimensión donde hay una paz muy grande, empecé a caminar, yo siempre digo que era una pradera verde…Es paz lo que se siente, que no es lo que hay acá en la tierra” comenzó diciendo Milo a CAMBIO.
Caminando al lado de otras personas
En su relato Milo nos cuenta que en ese instante, cuando advierte que su corazón volvía a entrar en paro, sintió que era “la última chance que tenía”.
Según cuenta, en su vivencia Milo no estuvo solo: “Lo que viví en el último infarto, cuando partí, es que empecé a caminar por una pradera verde, toda verde con una paz que se siente, que no la encontrás en la tierra, que como que no te duele nada, es un mundo diferente, la gente alrededor caminando junto a mí. Y eso fue lo único que pude apreciar, fueron unos instantes, no más, porque después como que me desperté”.
Siempre con voz emocionada, nuestro entrevistado dijo que nunca supo quiénes eran esas personas que caminaban a su lado: “No, no conocía a esa gente. Yo las miraba así nomás como caminaban ellos y yo iba al costado de ellos también caminando. Todos de blanco ¿Cómo te puedo decir? Un pantalón blanco a media caña. Estábamos todos vestidos así”, contó.
“Los que nos quedamos acá somos los que sufrimos”
Al momento de reflexionar sobre lo que le sucedió mientras estaba clínicamente muerto, Smiles, con voz pausada y mucha calma explica que le “deja la sensación que lo que quedamos acá somos los que sufrimos. Creo que aquellos que se van son los que viven en paz, viven mejor, no tienen las enfermedades malignas que a veces tenemos. Son gente que anda mucho mejor que nosotros”.
Para Milo, lo vivido durante aquel último infarto no fue solo un episodio extraordinario, sino un punto de inflexión profundo en su manera de existir. Desde entonces, dice, la vida cambió: dejó de otorgarle peso a lo trivial, procura no enojarse y se siente más inclinado a la humanidad cotidiana, a la sencillez de caminar, pescar y compartir el tiempo con su nieto. La muerte, que antes podía presentarse como una amenaza, ya no le provoca temor; por el contrario, la concibe como un tránsito hacia una paz mayor que la que se experimenta en la tierra. En su entendimiento, quienes parten son quienes descansan verdaderamente, mientras que los que permanecen son quienes continúan enfrentando el sufrimiento propio de la vida. Algunas personas a su alrededor interpretaron lo ocurrido como un mensaje de Dios, y aunque Milo no afirma comprenderlo del todo, reconoce que atravesar una situación tan extrema y sobrevivir lo coloca en un territorio excepcional. Para él, poder contarlo forma parte esencial de esa transformación: narrarlo no solo le permite procesar lo vivido, sino también transmitir a otros la serenidad que descubrió en aquel breve encuentro con lo desconocido.
Entre el “¿Qué hay después?” y el vivir de otra manera
Las experiencias relatadas por ambos entrevistados no ofrecen una respuesta definitiva sobre lo que sucede después de la muerte, pero sí señalan un territorio común: algo se percibe. No se parecen entre sí —uno atravesó un paisaje hostil poblado de serpientes antes de hallar una puerta luminosa; el otro caminó por una pradera serena acompañado por figuras silenciosas— y, sin embargo, los dos describen una sensación que los marcó para siempre: la paz. No una paz metafórica, sino una vivencia concreta, casi táctil, que contrasta con el dolor, el miedo y la urgencia del mundo cotidiano.
Ese contraste parece ser el núcleo de lo que ambos traen de vuelta. Para uno, la visión de una escalera y un portón que sólo podía abrirse desde su lado condensó la idea de responsabilidad personal, de que algo debía resolverse en esta vida. Para el otro, la pradera luminosa le reveló que la muerte, lejos de ser un abismo, podría ser un alivio profundo. Ninguno afirma haber entendido plenamente lo que vio, ni pretenden convertir su experiencia en doctrina. Pero ambos coinciden en que lo vivido deja una marca que reordena prioridades: se suaviza el enojo, se relativiza lo trivial, se intensifica la gratitud, se mira distinto a los otros.
Quizás, más que describir “qué hay después”, estos relatos hablan de lo que aparece antes: una transformación íntima, una especie de umbral que se cruza y del que se vuelve con una visión ampliada. Las imágenes varían, los símbolos cambian, pero el mensaje que emerge es similar: si existe un después, no sería un territorio de caos sino de calma; y si no existe, estas experiencias muestran que, incluso en el límite, puede revelarse algo profundamente humano, casi sagrado, que invita a vivir de otra manera