domingo 20 de abril, 2025
  • 8 am

El Racha

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Le conocí casi que de casualidad. Solía dormir en la puerta del templo. Mientras esperaba la hora de la llegada de la misa de la mañana, tomaba mate sentado en uno de los bancos de la plaza.
Se acercó, pidió permiso para sentarse en el mismo banco que yo estaba ocupando, cosa a lo que respondí afirmativamente. Conversamos del tiempo y, particularmente, del frío de la noche.
A partir de ese día, todos los días que tenía que celebrar misa en la mañana conversábamos mientras tomaba unos mates y compartíamos unos puchos.
Fue, así, que fui conociendo de su historia y de algunos momentos de su vida. Momentos que sabía relatar con calma y abundantes detalles. Sus relatos se derivaban en muchas direcciones y ello hacía se debiese estar muy atento al mismo para no perderse en sus ramificaciones o en sus colores.
Era plenamente consciente de que su vida se había “desbarrancado” producto de su ingesta de alcohol. Para él no era un motivo de vergüenza sino, simplemente, parte de su existencia y como tal lo asumía.
Nunca hablamos de sus tiempos de jugador de fútbol, fue conversando con otra persona que me comentó que era un buen jugador. Solía hablar de sus conocidos y de lo mucho que le ayudaba la gente. “Tengo mis recorridos y siempre recibo algo” me solía decir acompañando sus relatos.
Solamente en una oportunidad le escuché quejarse de su condición de calle. Era un día de frío y había llovido por la noche. Cuando fue a encender un cigarro me llamó la atención lo mucho que temblaba y se lo comenté. Me mostró la ropa que tenía puesta y pude ver que estaba, la misma, empapada y ello era la razón de su temblor. Rato después lo vi envuelto en su frazada
Y lo supuse buscando un algo de calor debajo de aquella frazada también mojada.
Con particularidad recuerdo un domingo por la tarde. Yo estaba regresando cundo lo veo sentado en el escalón de un portal y tomando de una botellita con vino. Di la vuela en el auto.
Estacioné cerca de la esquina donde se encontraba. Bajé, le solicité permiso para sentarme en el mismo escalón y durante un largo rato conversamos. Por más que, en varias oportunidades le manifesté no me incomodaba estuviese tomando vino y que podía continuar haciéndolo, mientras conversamos, en ningún momento tomó.
Había cambiado su lugar de dormir por la noche y me estuvo haciendo cuentos del “nuevo vecindario”. “Tengo muchos conocidos y ellos no me dejan tirado. Hay veces que me dan tanto que lo comparto con los otros. “El viejito de arriba” (y señalaba al cielo) nunca deja que me falte algo. Yo y Él somos amigos y converso mucho con ÉL”
Hace un tiempo dejó de estar. No se le veía por ningún lado y, debo reconocerlo, le extrañaba puesto que eran casi diarias nuestras charlas. Yo o él cruzábamos de vereda para encontrarnos y conversar unos minutos. Él sabía siempre le convidaba con un pucho sin la necesidad de que lo pidiera. En oportunidades me gritaba para que lo viese y me detuviese para compartir algún cuento y algún cigarro. Transitaba las calles con la ilusión de verle aparecer y ello no se daba. Me sentaba en el banco de la plaza y esperaba irrumpiese para sentarse y desgranar algún relato.
Una persona, también me comentó de su no verse y me dijo: “Tal vez se murió” a lo que le respondí que “Tal vez se mandó alguna macana y está preso”. La semana pasada iba llegando a calle Uruguay cuando una voz que escuché detrás de mí me decía: “Se fue su amigo” me doy vuelta y le pregunto de quién hablaba “Del veterano que fumaba con usted. Se murió” y pasó a relatarme lo sucedido. Así como llegó casi de casualidad a mi vida, también su marchó casi que sorpresivamente. Sé que, desde ahora, allí en el banco de la plaza o en el escalón de alguna casa, estará para detenerme y conversar sobre la vida.