Por el Dr. César Suárez
Me he referido en muchas oportunidades al milagro de la palabra, la capacidad de articular un sonido y sobre todo a la capacidad de comprenderlo y poder distinguir entre decenas de miles de palabras, una de otra y poder unirlas y para expresar conceptos y complejas sucesiones de ideas.
Como ya lo he expresado, cada uno nace con la herramienta, la voz, el oído, el cerebro, luego es necesario aprenderlas a usar en acuerdo con quienes nos rodean, hasta establecer un nexo fluido con el entrenamiento que nos da la convivencia, familiar, social, educativa.
Pero uno no sólo habla con la boca, cada uno se expresa de múltiples maneras, con las manos, con el cuerpo, con la cara, con los gestos que en ocasiones expresan mucho más que las palabras.
Los gestos son los primeros recursos comunicativos, cuando las herramientas fonéticas no están aún lo suficientemente entrenadas para articular las palabras.
Así transitamos por la vida en un continuo intercambio porque somos esencialmente gregarios y tenemos la imperiosa necesidad de mantenernos comunicados.
Cada idioma es un tesoro de la humanidad y los más representativos tienen custodios que se ocupan de su preservación y perfeccionamiento, para nuestro idioma, está la Real Academia Española que define el significado de cada palabra que suman en el entorno de 80.000.
Cuando cualquiera examina un diccionario se encontrará con una infinidad de palabras que no conoce porque cada cosa, tiene su nombre tanto material como conceptual.
Uno antes se la arreglaba, cuando vivíamos en un mundo más simple pero en las últimas décadas, a la humanidad se le ha ocurrido inventar una interminable cantidad de insumos nuevos y obviamente a cada uno de esos insumos, hay que ponerle un nombre cada uno, quien más, quien menos, está, cada vez más invadido en el hogar por, por recursos tecnológicos que comienzan siendo novedosos, luego se hacen necesarios y al final, imprescindibles de acuerdo a la concepción moderna y con tantos chirimbolos a disposición, siempre, alguno se le da por romperse o simplemente, se le da por dejar de funcionar.
Uno toquetea por acá, toquetea por allá, enchufa, desenchufa, apaga, prende y a veces funciona pero cuando no, uno no sabe si es el tomacorriente, el enchufe, el adaptador, el cable, la llave, la corriente, el microcircuito, el wifi, el software, buscamos la garantía, no la encontramos por ninguna parte y si la encontramos, venció el mes pasado, llamamos al técnico que suele contestar, mañana voy, lo esperamos todo el día y como es habitual, no aparece y a pesar de que le diccionario tiene 80.000 palabras, a él con sólo 3 le alcanza “se me complicó” y queda por eso.
Pero volviendo al diccionario, a pesar de contener infinidad de palabras, hay algunas que resulta mágicas y sintetizan en una sola todas las denominaciones, se trata la palabra “coso”, cosito, con el que se denominan a la totalidad de los artículos de una ferretería.
Por suerte ahora, con el teléfono celular, el coso del cosito se ha transformado en una foto que define exactamente de qué se trata y la riqueza del idioma castellano queda reducida a una imagen.
Cada país tiene su idioma oficial nos permite actuar en sintonía excepto en el mundo adolescente, inventan palabras, frases, consignas que andá a entenderles, es el mimo idioma, pero con códigos diferentes, tanto que los adultos quedamos afuera de la conversación.
Son cosas de cada idioma, herramienta mágica que en ocasiones permite que nos entendamos.
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