domingo 17 de agosto, 2025
  • 8 am

Gratificante oración

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Acabo de vivir una instancia demasiado grata y no quiero olvidarla, por ello, mientras todo está muy reciente en mi interior, me propongo a compartirla, aunque, muy bien lo sé, no podré transmitir debidamente lo vivido.
Ellos son un grupo con quienes, en diversas oportunidades me encuentro para compartir un momento mientras ellos desempeñan su tarea de cuida coches. Hoy eran seis y conversábamos sobre la situación de uno de ellos que, víctima de un ACV está en silla de ruedas desde hace cinco meses.
En un determinado momento, uno de ellos dijo: “¿Por qué no hacemos una oración?”
“Sí, pero que la empiece él, una vez que tenemos un cura entre nosotros” dijo otro y todos estuvieron conformes. Sentados en dos bancos de la plaza, mientras todo seguía su ritmo normal, un profundo silencio rodeó a quienes allí nos encontrábamos.
Poco a poco fui sacando lo que el corazón me dictaba en ese momento, hasta que un nudo de gozo se apretó en mi garganta. “Otro que siga” manifesté. Poco a poco, cada uno de ellos fueron dejando escuchar su oración. Cada uno iba complementando lo que el anterior había estado manifestando tomando alguna de las frases dichas.
Todos participaron con recogimiento y desde un muy sentido silencio para, una vez que todos habían participado, concluir con un sincero “Amén”
En un momento de la oración llegó otro de ellos con una botella con vino y, desde lejos, manifestó: “¿Alguien quiere?” “Ahora estamos en una oración” le dijo uno de ellos, y sin decir nada, se sentó, dejó la botella a un lado y se unió al grupo.
Cuando terminó la oración uno de ellos dijo: “Ahora sí, volvé a invitar con un trago” y la botella comenzó a pasar por todas las manos menos por las mías puesto que no tomo.
Conversamos un rato más recordando a algunos de ellos, de manera particular hablamos del Racha y de Julio y recordaron diversos momentos con ellos.
Luego, como siempre, todo se transformó en un divertido momento interrumpido por la llegada o salida de algún auto y el deber atender su tarea algunos de ellos.
En más de una oportunidad miré hacia mi espalda, donde se encuentra el templo frente a la plaza y no pude no sentir que continuaba con las puertas abiertas, por más que, debido a la hora, ya estuviesen cerradas.
Sentía que el templo se había prolongado hacia la plaza y, entre aquellos bancos, aquel silencio y la hermosa oración proclamada, continuaba abierto e intensamente vivo.
Sentía que la realidad me hacía saber que es verdad eso de que a Jesús le encontramos con gran facilidad saliendo a la intemperie.
Sentía nunca se me habría ocurrido proponer una oración en una situación como la que me encontraba. Había salido de uno de ellos y le regalaron a Dios una muy hermosa oración. Tal vez no tuviese bonitas palabras ni profundo sentido teológico, pero tenía mucha interioridad y sentido de coherente unidad.
Antes de retirarme, luego de saludar a cada uno de ellos, el que estaba en la silla de ruedas me dice: “Me llamo (dice su nombre) rece por mí, Padre”. Mientras tanto otro hurgando en su bolso me obsequió un pote de queso untable y ante mi rechazo me hizo saber tenían unos cuantos más y debía aceptarle el que me ofrecía. Cosa que hice.
Mientras me retiraba experimentaba una profunda sensación de gratitud ante el momento que me habían obsequiado. Un momento de vivencia profunda, de oración sincera, de silencio muy hondo y de Dios muy cercano.
Gracias Dios por el obsequio de tan inmenso regalo y, ojalá supiese, siempre, rezar de tal manera pues ello es mantener al templo con las puertas abiertas.