Por Leonardo Vinci.
El escritor Arthur Miller escribió en 1952 «Las brujas de Salem», basada en los juicios celebrados en Massachusetts a fines del 1600.
En realidad, la obra teatral fue una alegoría de la locura macarthista desatada en los Estados Unidos durante la guerra fría.
Miller fue acusado de tener vínculos con el Partido Comunista en actividades antiamericanas. Al ser interrogado, se rehusó a dar nombres de su entorno por lo que se le declaró culpable de desacato ante el Congreso sufriendo severas consecuencias.
En aquel tiempo, el Senador Mc Carthy acusó a diestra y siniestra a todo sospechoso que pudiera tener vínculos con el bloque soviético, llegando su campaña persecutoria a límites verdaderamente increíbles.
Con ese grado de intolerancia, en los años 70, la dictadura uruguaya calificaba a los ciudadanos en categorías A, B o C de acuerdo a sus antecedentes políticos.
Los primeros no tenían problemas de clase alguna, sin embargo, los B y C no podían desempeñar funciones públicas ni integrar comisiones directivas de clubes o instituciones, ni siquiera en las administradoras de edificios.
De hecho, existían «listas negras» que traían aparejada una verdadera proscripción civil.
Así como en la antigüedad el «index librorum prohibitorum» -promulgado a petición del Concilio de Trento- era el índice oficial de libros prohibidos por la santa sede, conteniendo libros y autores considerados perniciosos para la fe y que los católicos tenían prohibidos, las dictaduras fascistas o comunistas en el mundo también han tenido «listas negras» con sus «enemigos», los que terminaban perseguidos o encarcelados.
No es el pasado el que nos tiene preocupados, sino las «listas negras» que existen actualmente en nuestra democracia.
En 2010 Claudio Paolillo señaló a un asesor en el MGAP en tiempos del Ministro Agazzi , por hacer listas donde habían periodistas «confiables» y los «no confiables», la primera era a la que había que apoyar con publicidad oficial. Los otros, los «no confiables» eran los censurados.
No hace mucho, fue expulsado del Teatro el Galpón Franklin Rodríguez, considerado «persona no grata».
Rodriguez dijo en aquel momento: «antes el Teatro el Galpón era un símbolo de democracia, ahora se ha convertido en un gulag, donde si no les gusta lo que opinás te mandan para Siberia, antes eran los militares que te ponían la categoría C ahora lo hace El Galpón».
Días atrás, una actriz promovió la idea de confeccionar una lista negra de actores que hayan votado a la actual coalición de gobierno con la intención de no contratarlos.
Al respecto ha escrito Daniel Manduré que «Preocupa el silencio de algunos colectivos y la mirada hemipléjica de otros.
Hay sectores de la vida política del país que con sus decisiones alientan éstos hechos.
Los que se alimentan de grieta y de confrontación, aunque intenten vendernos otra cosa.
Los que hablan en sus programas de enfrentamientos, los que le prohiben a sus candidatos a la Intendencia a reunirse con el Presidente o le niegan la posibilidad de debatir a quien quiere hacerlo.
Los que de acontecimientos repudiables como los ocurridos en Salto pretenden sacar réditos políticos, aunque después la bomba les explote en la cara.
Son señales que van en la dirección contraria a la tolerancia.
Esta es otra forma de pandemia, que contamina el pensamiento crítico, que pretende censurar el libre pensar y el libre decir, que pretende, de alguna manera, matar la libertad.
Donde el respeto a las ideas del otro valen muy poco y donde la tolerancia parece no cotizar en bolsa.
La sociedad toda debería tener su propio protocolo para cuidarse y no contagiarse de tan dura plaga».
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