Por Leonardo Vinci.
En 1961 el «Che» Guevara visitó Uruguay y en un discurso pronunciado en la Universidad dijo que la fuerza es el último recurso que le queda a los pueblos para luchar contra los que ejercen el poder en forma indiscriminada.
Agregó que se sabe cual es el primer disparo, pero nunca se sabe cuándo será el último.
El guerrillero puso énfasis al decir «Ustedes tienen algo que hay que cuidar».
No lo escucharon.
En 1963, Sendic y Fernández Huidobro- entre otros- dieron inicio a la lucha armada asaltando el «Tiro Suizo».
Durante casi una década atentaron de todas las formas posibles contra las instituciones republicanas, intentando derrocar a gobiernos de distinto signo, electos legítimamente.
Despreciando las llamadas «libertades burguesas»- e ignorando los pronunciamientos populares- robaron, secuestraron, mataron y sembraron el terror en las calles del país.
Creyéndose los únicos dueños de la verdad, pusieron a la democracia uruguaya contra la espada y la pared.
Ante la fuga masiva del penal de Punta Carretas, y numerosos crímenes alevosos, el Parlamento decretó el estado de guerra y los militares fueron llamados a combatir a la subversión.
En pocas semanas fue derrotado el aparato armado tupamaro.
Sobre estos tristes episodios, expresó hace algunos años el Dr. Jorge Batlle: «No existe duda alguna en que si no hubiera habido guerrilla armada no hubiera habido golpe de Estado militar. Los militares cometieron un gravísimo error. Imperdonable. Habiendo derrotado a la subversión, algunos de ellos creyeron que les tocaba gobernar».
Coincidiendo con ese pensamiento, dijo el Dr. Sanguinetti «La primera responsabilidad del golpe de Estado es de los que introdujeron la violencia política, renunciaron a la democracia e intentaron por la vía armada, derribarla para sustituirla por un régimen a la cubana, me refiero a los tupamaros. La otra gran responsabilidad es la de los militares, que convocados por la democracia para defenderla, lo hicieron, derrotaron a la guerrilla, y luego por la embriaguez del poder dieron un golpe de Estado con una responsabilidad inexcusable.
Las instituciones ya habían sido heridas de muerte el 9 de febrero, cuando la soldadesca desconoció las órdenes presidenciales.
Ese día, los batllistas defendieron las Instituciones mientras la izquierda sostenía que la cuestión no era entre un golpe de Estado o la Constitución, sino entre el pueblo y la oligarquía.
Los comunistas concibieron entonces la formación un gobierno «donde caben indudablemente todos los militares patriotas que estén con la causa del pueblo».
Diario El Popular decía: «…los marxistas-leninistas, los comunistas, integrantes de la gran corriente del Frente Amplio, estamos de acuerdo en lo esencial con las medidas expuestas por las FF.AA. como salidas inmediatas para la situación que vive la República, y por cierto no incompatibles con la ideología de la clase obrera…». Agregando que se quería lograr un «avance en la comprensión mutua entre los trabajadores y las Fuerzas Armadas, en la trascendente tarea de buscar los mejores caminos para salvar la patria…».
En esas trágicas circunstancias, el Senador demócrata cristiano Juan Pablo Terra dijo que «los comunicados 4 y 7 han abierto una esperanza».
Mientras tanto, la CNT convocó a un acto bajo la consigna: «La única alternativa: oligarquía por un lado y civiles y militares por otro».
En el «febrero amargo» del 73, al decir de Vasconcellos, el Comandante de la Armada, Vicealmirante Zorrilla, se convirtió en el símbolo republicano y último bastión de la democracia ultrajada, sitiando la ciudad vieja, dispuesto a cumplir con su juramento constitucional.
En el golpe de estado de febrero, la izquierda aplaudió la salida de los tanques a las calles.
El 27 de junio, al disolverse las Cámaras, la democracia uruguaya, acorralada y endeble, agonizaba.
Ya era muy tarde para arrepentimientos.
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