martes 30 de abril, 2024
  • 8 am

Sorpresas de la vida en pareja

Gisela Caram
Por

Gisela Caram

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Ps. Gisela Caram*
Las sorpresas pueden generar emociones positivas o negativas. Son un impacto que se recibe en forma inesperada.
Para que “caiga” bien, se requiere de mucha empatía.
Uno puede armar una fiesta sorpresa al otro, pero si no le gustan los festejos, no será una linda sorpresa.
Lo que para uno puede ser “natural”, al otro le puede generar un malestar, una desilusión, un dolor.
Las sorpresas, al igual que las bromas o chistes, no le caen a todos por igual.
Y más allá que la intención puede haber sido inofensiva, ser cuidadoso y pensar con/en el otro, no está de más.
En tiempos donde vamos queriendo salir del túnel oscuro y generando al fin, la inmunidad de rebaño, nos topamos con diferentes afectaciones en cada pareja…
Dependiendo de un montón de factores que pudieron haber incidido en este año y medio que hubo tantos cambios, cada uno piloteó como pudo su vida, sus vínculos, sus lazos afectivos.
Las parejas fueron conectándose o desconectándose, dependiendo de los recursos de cada uno, de la flexibilidad interna, del cuidado que se puso o no, en el “entre” los dos.
Parejas que se re descubrieron…
Parejas que se encontraron con otro cercano, pero que, en realidad, era lejano…
Parejas que hicieron un “ring” en su casa…
Las parejas durante la pandemia corrieron algunos velos. . .
Y se encontraron con cuestiones que no se podían seguir evadiendo.
Enfrentar una crisis, en medio de otra crisis (sanitaria), es complejo.
Generar espacios y tiempos para pensar primero en estabilizarse emocionalmente, conversar con el otro, y abordar posibles caminos a seguir.
Salir disparado/a sin darse tiempo, después de una historia compartida, es dejar al otro desapuntalado.
El cuidado del otro habla de la empatía, de la humanidad.
El salir disparado/a y dar manotazos de ahogado no es lo esperable.
Estas “sorpresas” en la pareja, que dejan impactado al otro, a veces corren por el orden de la crudeza. Sin anestesia. Sin preparación.
El punto está en “creérsela”: que el otro me pertenece, que la pareja espara siempre, que puedo tirar y tirar y nunca se va a romper, que las personas no cambian, que lo/la conozco mejor que nadie, que nadie lo/la va a querer más que yo…en fin, mil creencias limitantes que nos encapsulan en nuestro propio mundo y no nos dejan pensar en qué pasó, y qué pasó con “nosotros”.
Y cuando lo queremos hacer, ese “nosotros”, no existe más…y duele.
El dolor nos permite hacer el duelo, hacer memoria de lo vivido y lo aprendido.
En cambio, si solo hay bronca y resentimiento nos anclamos, quedamos fijados al recuerdo con rencor, como si fuera una injuria, no elaboramos nada, surge la venganza, el creer que tengo derecho a desquitarme.
Este pasaje, de sentirse humillado a ser el torturador, solo bloquea los sentimientos.
No deja evolucionar hacia el “dejar ir…”
No es lo mismo cuando la relación tiene una larga historia, y se cierra abruptamente, a cuando el desgaste se va conversando
No es lo mismo una ruptura cuando se tienen 30 años, que a los 40, o los 50 o los 60 o 70. Quien lleva más camino recorrido, tendrá más apego, más afectación.
No es lo mismo, el camino que transita quien toma la decisión y se va, y cómo es, ese “irse…”
Puede haber dado muchas señales
Puede haberlo hablado y compartido con el otro
Puede ser un “acting” (impulso que lleva a actuar sin pensar).
Sea como sea. Siempre es difícil.
Los caminos que sigan después para una mejor calidad de vida, está en los procesos internos que cada uno pueda hacer.
Se hace lo que se puede, más cuando es sorprendido/a inesperadamente por una decisión del otro, que no esperaba.
Ni quedar atrapado en los recuerdos y vivir un tormento, ni al mes, estar como si nada subiendo fotos con otra persona…
La historia vivida, los momentos compartidos se pueden atesorar como una etapa de la vida, y preservar; eso tiene que ver con lo humano, y el respeto por ese “nosotros” que alguna vez quizás existió…
*Especialista en Vínculos