viernes 22 de noviembre, 2024
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Tentados por el atajo

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Sol

Por el Padre Martín Ponce De León
Sé que no soy un experto. Sé que mi conocimiento es muy limitado. Pero, igualmente, me animo a una afirmación muy personal.
Siempre he pensado que el relato evangélico de las tentaciones de Jesús en el desierto está muy lejos de ser un relato histórico.
Según dicho relato Jesús “se retiró a un lugar desierto” por lo tanto no tenía testigos.
¿Se imagina, usted, a Jesús relatando lo allí sucedido? Es muy difícil imaginarlo.
Sin duda que dicho relato tiene muchísimas connotaciones educativas puesto que se acerca mucho más a las ofertas que recibían los primeros cristianos para que abandonaran dicha creencia que a lo que pudo haber vivido Jesús.
Era la invitación a cambiar su fe por poder, seguridad material y reconocimiento público.
En aquel tiempo la oferta era un renegar a su fe, por un cambio de postura religiosa.
Hoy dicha oferta continúa siendo real.
No ya para que se cambie de religión sino para que se renuncie a algún valor.
La tentación es una invitación no para vivir a Cristo como camino sino para tomar algún atajo. Algún atajo que lleva a pasar por sobre los demás o a ignorarlos.
La tentación es lo que nos hace creer que ello no importa o no afecta a nadie y si lo hace es un daño menor o colateral que no hay que tener en cuenta.
Es aquello que se nos presenta como una excusa válida para aceptar o realizar nuestros renunciamientos para con la historia.
Cuando nos referimos a la historia estamos haciendo relación a nuestro trato con los demás.
Por más que, en muchas oportunidades, se nos haga creer que nuestra relación con Dios no tiene mucho que ver con nuestra vida cotidiana ello es casi un imposible.
Deberíamos hacer nuestra aquella constatación bíblica: “Si alguien dice amar a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano, a quien ve, es un mentiroso”
El atajo que se nos presenta, en muchas oportunidades, pasa por este quitar a Dios de lo cotidiano para trasladarlo a lo abstracto.
Entonces, la vida cotidiana se nos transforma en un permanente campo de batalla donde nada nos debe detener en pos de nuestros objetivos.
En oportunidades, también, el atajo se nos presenta en cuanto a hacernos creer que estamos sobre los demás y podemos utilizarlos, abusar o disponer de ellos conforme nuestros caprichos.
Vivir a Cristo como camino es arriesgarnos a transitar descalzos por un sendero muchísimas veces desparejo o espinoso.
Es animarnos a salir a la intemperie al encuentro del otro desinteresadamente, solamente por el placer de poder caminar a su lado.
En oportunidades deberemos acelerar nuestros pasos, en ocasiones frenar nuestros deseos de avanzar y ello por el simple hecho de caminar junto al otro.
No se hace para ser reconocidos o para que el otro esté en deuda con nosotros o para ejercer un cierto poder sobre nuestro ocasional compañero de camino.
Es transitar con el otro simplemente.
Nos diremos más de una vez que hacer tal cosa es demorar nuestro andar. Nos diremos en reiteradas oportunidades que ello nos complica la vida. Nos diremos que ello no hace otra cosa que exigirnos demasiado puesto que nuestro andar es más lento.
Sea el argumento que esgrimamos no estamos haciendo otra cosa que convencernos de la conveniencia de caminar solos y que ello no afecta a nadie.
Ese es el atajo que las tentaciones nos ofrecen.