No estamos solos
Por el Padre Martín Ponce De León
Cuando Dios se hace hombre no solamente se humaniza, sino que, también, asume todo lo nuestro y lo hace camino para llegar a Él.
Todo lo nuestro se colma de la presencia de Dios y, por lo tanto, podemos tener la certeza de que nunca nos abandona ya que no puede permitir que lo nuestro forme parte de lo suyo.
Con la irrupción de Jesús en nuestra historia, todo lo nuestro, es un lugar donde, podemos y debemos, encontrarnos con Dios. No solamente asume lo nuestro, sino que, también, lo nuestro se colma de Dios.
Es evidente que nunca perdemos nuestra condición de creaturas, pero, “la vida de Dios corre por nuestras venas” por ello es que se nos hace necesario saber descubrir a Dios que está en los demás.
Cuando logramos realizar tal cosa es cuando descubrimos que el otro adquiere una dimensión totalmente nueva y nuestra relación para con él se colma de amor y fraternidad. Deja de ser uno más para hacerse un alguien a quien respetar, aceptar y agradecer.
Descubrir, en el otro, la presencia de Dios nos hace mirarle con ojos grandes puesto que plenos de asombro, y con el corazón abierto para poder recibir lo que, desde él, Dios tenga para decirnos. Es evidente que existen algunas personas que, con toda claridad, desde el compromiso de vida que poseen, nos ayudan a encontrarnos con Dios con absoluta facilidad. No faltan aquellas que, por diversas razones, nos hacen costoso el descubrir la presencia de Dios en ellos. Dios siempre está presente.
En oportunidades he escuchado a personas solicitando una oración “para que Dios no me abandone” como si ello fuese posible en el actuar de Dios. La realidad es que, por diversas razones, somos nosotros los que abandonamos a Dios y no Él que nos abandone. Él es un padre amoroso que jamás deja de estar en nosotros por más que creamos que está lejos o nos abandonó.
El ejemplo más elocuente sobre el actuar del Padre Dios para con nosotros lo encontramos en una de las parábolas que nos relatan los evangelios y la conocemos como “El hijo pródigo”. En primer lugar, al leer ese relato quien nos resulta más pródigo es ese padre que está lleno de amor y perdón para con su hijo. El hijo al solicitarle la parte de la herencia que le corresponde le está haciendo saber que, para él, su padre se ha muerto. El padre, según en el relato no hace otra cosa que esperar su regreso para hacerle saber que nunca dejó de ser su hijo y de amarlo como tal.
Ese es el Dios de Jesús. Así actúa constantemente por más que no podamos llegar a entender como puede amarnos de tal manera puesto que, con nuestro actuar, muchas han sido las veces que consideramos que “Dios ha muerto”
No nos limitamos a ignorarlo o desobedecerlo, sino que consideramos “ya no cuenta”, “podemos construir nuestra historia sin la necesidad de Dios” en otras palabras, “Dios ha muerto”
A Él, nada de eso le importa, continúa esperando que volvamos a Él y no deja de darnos muestras de su amor y que espera, a cada uno de nosotros, para estrecharnos en sus brazos de Padre amoroso con sus hijos.
Dios quiso que su hijo se hiciera hombre para que todo lo nuestro sea instrumento que nos ayude a llegar a Él y, también, para que todo lo de Él sea en nuestro cotidiano puesto que en nuestra vida.
Por ello es que nunca estamos solos ya que Dios no solamente está con nosotros sino porque lo suyo está en nosotros.