Juan el bautista
Por el Padre Martín Ponce De León
Sin lugar a dudas resulta un personaje por demás interesante y digno de ser tenido en cuenta cuando uno se adentra en los relatos evangélicos. Sin lugar a dudas su influencia fue de tal importancia que los relatos evangélicos, centrados en Jesús, se detienen a decirnos lo que vestía y cuál era la base de su austera alimentación.
No temen, los relatos evangélicos, detenerse a detallar algo de su predicación por más que, la misma, vaya en una dirección casi opuesta a la posterior de Jesús. Cuando ya había comenzado la extensión territorial de la predicación de Jesús, aún perduraban algunos grupos de discípulos del Bautista. Llama nuestra atención el hecho de que, en nuestro tiempo, en Irak, Sadam Hussein había perseguido, por cuestiones religiosas, a un grupo de “Mandeos” denominados “Los cristianos de Juan”
Este grupo religioso no respondía al islam y, por ello, era perseguido. Se proclamaban seguidores de Juan el Bautista a quién tenían como Mesías y continuaban practicando los baños rituales que provocaban la conversión.
Durante mucho tiempo se discutió sobre la pertenencia de Juan a algún grupo religioso de su tiempo. Se decía que habría podido pertenecer al grupo de los esenios que era un grupo de ultra ortodoxos que se habían aislado en el desierto a vivir la Ley de Moisés en su mayor perfección posible. Ellos sostenían que el culto religioso de su tiempo estaba colmado de infidelidades y, por lo tanto, no garantizaba una verdadera vivencia de Dios. Por este motivo se retiraban al desierto a vivir en comunidades donde se pudiesen ayudar a una vivencia estricta de la Ley. Quienes se oponen a esta posibilidad sostienen que Juan no vive en comunidad con algunos otros predicadores y que, tampoco hace, en sus discursos alguna referencia de la infidelidad del Templo y, por lo tanto, descartan la posibilidad de que fuese un esenio.
Están quienes se inclinan a sostener que Juan pertenecería al grupo de “los Mandeos”. Un grupo que su propuesta era la de la invitación a un cambio de vida mediante la asunción de sus errores y la necesidad de un baño purificador en las aguas de algún río.
Era un grupo religioso ya existente en los tiempos de Jesús y su prédica tenía mucha aceptación entre los seres de su tiempo. Los “Mandeos” reconocen a Juan como su último gran líder espiritual ya que lo reconocen como “el Ungido” y como el Mesías esperado por el pueblo judío. Jesús de Nazaret no hace otra cosa que concluir la obra de Juan interrumpida por su violenta muerte.
Sea lo que haya sido, todo se reduce a especulaciones, Juan predicaba un bautismo de cambio de vida y, por ello, es muy entendible lo haya vivido Jesús. Los evangelistas nos lo presentan, a Juan, como un camino inevitable para llegar a Jesús.
Se requiere un cambio de vida. Se necesita una conversión. Es necesario dejar el pasado para asumir los valores del Reino de Dios.
Jesús va a dejar la tranquilidad de su ser un humilde obrero manual (tektón) para ser un Maestro (Rabbí) de camino hacia Dios. Va a comenzar un cambio de vida que lo lleva a la intemperie donde se encontrará con los demás y sus necesidades. Ya no vivirá para cumplir con sus obligaciones particulares, sino que vivirá para estar al servicio del amor de Dios que se hace cercanía y mano tendida que dignifica y libera.
Sin lugar a dudas el encuentro de Jesús con Juan el Bautista y su bautismo es un momento bisagra en la vida de ambos. Para Juan será la oportunidad de reconocer a Jesús y su misión (“He allí al cordero de Dios”) y para Jesús el comienzo de su razón más profunda (mostrar el amor de Dios, su cercanía y misericordia la necesidad de vivirlo en el encuentro con los demás)