Padre nuestro
Por el Padre Martín Ponce De León.-
En diversas oportunidades he escrito sobre esta oración, pero nunca será un tema ya demasiado trillado o sabido.
En muchas oportunidades he hablado de que la misma no se limita a ser una fórmula.
Generalmente estamos lejos de hacer de ella una proclamación de un estilo de vida, que es lo que se nos propone. Esta oración no quiere ser otra cosa que nuestra proclamación de nuestra identidad cristiana hecho estilo de vida.
Mucho más lejos estamos de hacer de ella una proclamación de una vivencia comunitaria. La oración está haciendo referencia a una primera persona plural. Le hemos dado una connotación de oración personal y ello está distante de ser así.
Para Jesús es de gran importancia la vida como fraternidad, por ello nos insiste en la necesidad de sabernos hermanos, por sobre lazos de sangre. Nuestra fraternidad hunde sus raíces en la vivencia de Dios como Padre común.
Por ello es que, cuando quiere proclamemos nuestra identidad, lo hagamos con la conciencia de que Dios es un Padre y no nos empeñemos en buscarle otro nombre más importante o que diga de nuestra relación con Él.
Junto con la común paternidad de Dios manifestamos nuestra cercanía con los demás. Para Jesús, la cercanía es comunión y, por más que sea una realidad a construir con los demás, es un algo en lo que ponemos nuestro empeño. La fraternidad no es un algo que se nos impone, sino que es un algo que requiere de nuestra construcción y dedicación.
Paternidad y fraternidad deben ser dos realidades que van muy unidos en nuestra vivencia de seguidores de Jesús. Por ello es que, esa oración identificatoria del cristiano, tiene las dos realidades unidas en íntima unidad, en el comienzo mismo de su proclamación. “Padre nuestro” no es un bonito título para una oración, sino que es lo más esencial y prioritario de nuestro ser de cristianos. Van tan unidas ambas realidades que resulta imposible separarlas y una dice de la otra.
También, es evidente, que para la propuesta de vida que nos hace Jesús, ambas realidades van tan unidas que no valorar a Dios como Padre es casi sinónimo de no vivir a pleno la fraternidad. No vivir la fraternidad es minimizar el concepto de Dios que podemos tener e intentarlo vivir se hace muy difícil.
Esta oración podría comenzar de cualquier otra manera, pero nunca tendría la fuerza y el compromiso que esas dos palabras poseen para nuestra vida. Sucede que las hemos dicho tantas veces que le hemos quitado poderío y compromiso.
Nuestro Dios no es un ser lejano o distante, sino que es un alguien tan cercano y tan involucrado con todo lo nuestro que lo experimentamos “Padre”.
Si miramos que dicha manera de sentir a Dios fue dicha dentro de un contexto cultural muy especial que no podemos desconocer, dicho concepto se nos hace de mucha confianza y, por, sobre todo, de muchísimo involucrarse con nuestra vida.
No menor fortaleza y compromiso adquiere la connotación de “nuestro” ya que nos hace, desde el comienzo, hacernos tomar conciencia que lo que pronuncio no es “mi” oración sino “nuestra”. Soy yo y los demás que rezamos juntos.
Es, allí, donde podemos encontrarnos más desconectados del espíritu de la propuesta de Jesús, porque hemos perdido mucho del sentido de fraternidad que Él proponía y esperaba. La gran propuesta de Jesús pasa por un intento de vivir en una relación de sincera fraternidad con los demás. Como que todo conspira contra esa fraternidad que dice y hace al Reino de Dios.
Al rezarlo como “nuestro” no hacemos otra cosa que reafirmar nuestro compromiso de intentar construir fraternidad. Tenemos mucha tarea al llamar a Dios “Padre nuestro”.