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No es fácil asumirnos

Por el Padre Martín Ponce De León
Dicen los “Alcohólicos Anónimos” que una de las realidades difíciles de su realidad resultó asumir que eran alcohólicos. Lo mismo sucede con quienes son adictos a alguna droga. Siempre, según dicen, creen que no son dominados, sino que conservar un cierto grado de dominio sobre esas realidades. “A la droga la dejo cuando quiero” “Aún el alcohol no me domina”. No quiero hablar ni de los alcohólicos ni de los adictos a alguna droga.
Deseo hablar de nuestra simple realidad cotidiana y ellos me han servido para comenzar este artículo. ¡Cómo nos cuesta asumir nuestra realidad!
Cuando alguien nos realiza algún comentario sobre algún aspecto de nuestra realidad, generalmente, acudimos a un montón de justificativos para explicarnos. Parecería que no es de nuestro agrado el hecho de que los demás puedan descubrir alguno de nuestros defectos o límites. Todos somos concientes que por venir en un envase que nos condiciona somos seres con una mezcla de virtudes y defectos. Nadie es, únicamente, virtudes, afortunadamente. ¡Que deprimente sería, si uno pudiese encontrar a un hombre perfecto, mirar la limitada realidad personal!
Por ello es que todos somos mezcla de virtudes y defectos y ello lo tenemos más que asumido. ¿Por qué no nos agrada el hecho de que los demás señalen alguno de nuestros defectos?
Asumir nuestra realidad implica, necesariamente, un compromiso de nuestra parte. Si es un aspecto de alguna de esas virtudes que nos adornan lo que reconocemos, tal hecho nos lleva a una doble pregunta. Por un lado, debemos preguntarnos sobre nuestra manera de potenciar nuestra cualidad y por otro, nos debemos preguntar sobre nuestra forma de ponerla al servicio de los demás. Ello siempre es un compromiso.
Si es un aspecto de alguno de esos defectos que poseemos lo que reconocemos, tal hecho nos lleva al compromiso de intentar hacer algo para revertir ese defecto.
Cuando nos miramos con autenticidad descubrimos que nuestras virtudes son, casualmente, las necesarias para superar nuestras limitaciones. Nunca, nuestra realidad, nos hace descubrirnos desprovistos de lo necesario como para ser mejores personas.
Asumir nuestra realidad es, en oportunidades, la constatación de lo lejos que aún estamos de ser lo que deseamos ser.
En oportunidades es constatar, gozosamente, lo mucho que hemos cambiado y hacer tal cosa nos anima a continuar intentándolo.
Asumir lo que verdaderamente somos no es una vergüenza sino un acto de madurez.
No deberíamos de tener temor de abrir los ojos bien grandes ante el espejo para vernos.
Para ello necesitamos despojarnos de todo tipo de maquillajes. Para ello necesitamos quitarnos esas máscaras en las que solemos refugiarnos. Para asumir nuestra realidad debemos realizar un acto de autenticidad. Es un algo que deberíamos hacer periódicamente. Nunca es trágico asumir nuestra realidad.
Lo trágico es transitar la vida sin saber quiénes somos o intentando engañarnos a nosotros mismos, que ha de ser el peor de los engaños.
Tal vez sea trágico descubrir lo egoísta que uno ha sido al negar parte de lo que es o lo equivocado que uno ha estado debido al hecho de pensarse equivocadamente.
Pero es una tragedia que, como ya lo mencionamos, se soluciona con compromiso de nuestra parte. La otra tragedia, la verdadera tragedia, es no ocuparnos en realizarnos o continuar haciéndonos trampas para intentar pasarla bien.
No asumir nuestra realidad es pretender encontrar la felicidad en razones efímeras.
Asumir nuestra realidad es descubrir que, como personas, somos válidos y podemos serlo un poco más.