sábado 27 de abril, 2024
  • 8 am

Devuélvame mi teléfono

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
El razonamiento y la memoria son dos herramientas vitales para el relacionamiento entre las personas.
Los seres humanos tenemos una estructura mental que en condiciones de “normalidad” nos permite, razonando, llegar a conclusiones iguales en la medida que manejemos los mismos parámetros siendo la física y la matemática las que nos permiten razonamientos tan simples como que dos más dos son cuatro en cualquier parte del mundo hasta razonamientos sumamente complejos que pueden establecer con certeza cuándo pasará cerca de la tierra un determinado cometa, cuando habrá un eclipse o la velocidad de la luz.
Hay personas que tienen una memoria privilegiada y son capaces de recordar nombres, fechas y números con una enorme facilidad pero el común de la gente tiene una memoria práctica y se acuerda sólo de lo que necesita.
La memoria es privilegio que favorece en forma despareja a las diferentes personas dependiendo de lo que la naturaleza haya dotado a cada uno y tiene la particularidad de deteriorarse con el transcurso del tiempo y las personas muy mayores tienen mucho más dificultades para recordar que cuando era joven.
Tanto la memoria como el razonamiento a su vez puede ser afectada por determinadas enfermedades o en circunstancias especiales cuando la mente se obnubila por accidentes, por cansancio, por estrés o por el ingreso al organismo de algunas sustancias que confunden la mente
Lamentablemente, en la actualidad, se ha hecho habitual el uso de sustancias estimulantes y alucinógenas en forma circunstancial o continuada que generan un estado de euforia que desdibuja la realidad llevando a conductas inusuales con consecuencias indeseadas que luego deben ser saldadas cuando se recubra la lucidez
Sin duda, la más común de todas la drogas alucinógenas son la bebidas alcohólicas que de acuerdo a la dosis y a la susceptibilidad de cada individuo tendrán sobre la conducta de cada uno consecuencias variables.
Las bebidas alcohólicas están naturalizadas en la sociedad como de uso normal pero que cuando se superan determinadas dosis generan alteración de la conducta, disminución de la capacidad de reacción ante el peligro y favorece conductas peligrosas para sí y para terceros y hasta alteran la memoria.
Más allá de las consecuencias dramáticas que en numerosas ocasiones genera la sobredosis alcohólica, en algunas circunstancias las erráticas acciones de la ebriedad que zafan de la tragedia suelen generar situaciones que ingresan en el terreno de la comicidad.
Esta es la historia de un amigo de cuyo nombre ni siquiera quiero acordarme, en una ocasión convino junto a su esposa, organizar una reunión de camaradería con un matrimonio amigo.
La reunión se extendió hasta altas horas de la madrugada mientras se disfrutaba de la camaradería se aprovecha la ocasión para calmar la sed con bebidas destiladas, en un momento de la noche decidieron comprar unas pizzas y el equipo masculino se dirigió a una pizzería, volvieron, comieron las pizzas que les generó más sed todavía y como no tenía agua a mano siguieron saciando con las mismas bebidas destiladas que tenían disponibles.
Llegada la madrugada, el equilibrio había sufrido cierto deterioro y la lengua no obedecía del todo la intención de articular las palabras.
En un determinado momento, el dueño de casa, arrastrando las palabras comenzó buscar su teléfono personal y no lo pudo encontrar, comenzó a recorrer mentalmente los lugares donde lo podría haberlo dejado y concluyó sin ningún tipo de duda que lo había dejado olvidado en la pizzería, le pidió el móvil a su amigo para llamar a su propio teléfono para explorar si alguien lo había encontrado, en el estado que estaba tuvo que forzar a extremo su memoria para recordar su propio número. Eran como las tres de la mañana y el teléfono discado sonaba insistentemente hasta que un individuo semi dormido respondió como pudo.
Mi amigo le reclamó a viva voz, “devuélvame mi teléfono” a lo que el recién despertado inmediatamente le cortó la llamada lo que le reafirmó la idea de que ese individuo no sólo había encontrado su teléfono sino que no se lo quería devolver. Volvió a llamar y el receptor de la llamada lo insultó y volvió a cortar y ya no volvió a responder.
Cuando se aprontaban para concluir la reunión, la esposa del anfitrión, ordenando el desorden que había quedado encontró el teléfono de mi amigo debajo de las cajas de pizzas.