Las últimas décadas han sido testigos de notables tasas de crecimiento económico en nuestro país, algunos años a tasas inéditas. Esa riqueza a la que nos referimos no nació por generación espontanea, ni es tampoco un recurso natural renovable que genera bienes por sí misma. Es el resultado de más de dos siglos de inversión y trabajo que el país rural ha llegado a ser lo que es: una fuente de producción que además de generar alimentos básicos para los uruguayos, aporta más de dos tercios del total de las exportaciones del país. Hay productores grandes, medianos y pequeños, algunos de los cuales les va bien y a muchos otros a los que, lamentablemente, les va muy mal.
Con el carácter formado en las adversidades, periódicamente, los que integramos el sector nos planteamos nuevos desafíos y argumentamos requerimientos y condiciones necesarias.
A todo esto, el gran debe del sector agropecuario sigue siendo el relacionamiento con el sector urbano y la capacidad de transmitir sus necesidades y resultados.
Durante un tiempo consideramos que no era necesario y que si en la capital no se interpretaban los esfuerzos, era problema y responsabilidad de quien opinaba. Pero en tiempos de decisiones importantes (política fiscal, tenencia de la tierra, etc) la opinión urbana pesa y mucho en las determinaciones de políticas de inversión, de política monetaria y unas cuantas más.
Es decir, que además de haber perdido el tiempo, estamos perdiendo las oportunidades de crecimiento en un sector estratégico, no solamente como generador de empleos sino como ocupantes soberanos del territorio.
El proceso migratorio hacia las ciudades continúa y se agravo en estos últimos años a pesar del discurso descentralizador. El interior y el campo en particular están vacios, no hay gente; algo menos del quince por ciento de los habitantes del país están radicados al norte del Rio Negro.
El sistema no premia las actividades productivas y mucho menos si son pequeñas y medianas.
Nos hemos colocado en el camino inverso a lo hecho por países como Francia o Estados Unidos, con respecto a sus planes de desarrollo, que permitió sacar a la gente hacia afuera de las ciudades. O estrategias claves, como la que hizo Italia al finalizar la segunda guerra, con un fuerte impulso al desarrollo PYME, donde es fundamental detectar las necesidades de los mercados y ver nichos posibles.
Pero el crecimiento económico por sí solo no es garantía de éxito en la lucha contra el desempleo y el hambre.
Para que el crecimiento económico mejore la situación de las personas más necesitadas, las mujeres y los hombres en situación de pobreza deben participar en este proceso de crecimiento y sus beneficios.
Es necesario comenzar a pensar en lo que se viene, en lo que hay que hacer cuando el virus lo permita.
Tal vez sea la oportunidad histórica para el Instituto Nacional de Colonización de justificar las cuantiosas inversiones públicas recibidas, como sustento de políticas de reasentamiento de familias en el campo.
Tal vez la orientación del Ministerio de Desarrollo Social se pueda transformar en un verdadero impulsor del desarrollo personal y familiar, con fuerte apoyo de todo el gobierno en dirección de generar en el campo lo que no se ha podido resolver en los asentamientos.
Hay que pensarlo de forma integral; el desarrollo se arma conjuntamente con políticas sociales, con políticas de empleo, de fomento de PYMES, de capacitación, de vivienda, de fortalecimiento en salud, educación y seguridad. La base es solida, hace falta cambiar asistencia por trabajo, marcar a fuego la responsabilidad individual en todos los ámbitos de la sociedad, premiar al que trabaja, forma familia y educa a sus hijos, basta de menospreciar a los menos favorecidos.
Hay que reconstruir el tejido social para que podamos restablecer la confianza en el mañana, para que el maestro rural pueda comprender el valor de su esfuerzo, para que el comerciante, el herrero del pueblo, el industrial de la zona, los profesionales ligados al quehacer cotidiano, forjen sueños de crecimiento y no para observar con dolor como se van los hijos, como se quedan cada vez más solos.
El sector rural, y me animo a decir el interior todo, quiere poner en funcionamiento a pleno su capacidad productiva y competitiva. Estamos dispuestos a asumir los riesgos de las nuevas reglas de juego. Para ello es necesario una clara priorización de objetivos tendientes a fortalecer el país rural.
El ejemplo del gobierno en la austeridad y racionalidad del manejo económico, se traducirá en mejores servicios y de esta manera se demostrara la importancia de postergar consumos hoy para mejorar el nivel de vida del mañana.
Sabemos que el país que nosotros aspiramos no se hace en cinco años, pero asumimos públicamente el compromiso de ayudar a recuperar el futuro.
Carlos Secco
Productor rural