Por Leonardo Vinci.
En estos días se recordó un año más de la caída del berretín tupamaro, donde practicaban la “justicia revolucionaria”.
A lo largo del tiempo, no se nos ocurrió escribir sobre este tema, dando por sentado que todos conocían lo ocurrido. Pero nos equivocamos en mantenernos en silencio.
Mientras estuvo la izquierda en el poder, el MPP brazo político del MLN, fue trabajosamente escribiendo su propio relato y convenciendo a las nuevas generaciones a través del mismo.
En la calle Juan Paullier, dentro del garaje, debajo de una loza que aparentaba ser la tapa de una cámara séptica, se encontraba la “cárcel”. «Levantando una tapa difícil de advertir a la ligera»- escribió entonces el cronista policial de El País,- «surge un pozo de un metro de profundidad aproximadamente por ochenta centímetros de diámetro. Una vez apoyados los pies en ese pozo, aparece un túnel con paredes de piedra que recorre cuatro metros por debajo de la casa, donde únicamente un niño puede andar erguido. Entonces cambia totalmente el ambiente. Se comienza a percibir un calor asfixiante que golpea la cara en medio de una oscuridad que obliga a tanteos». Todos los que visitaron el lugar coincidieron en que la falta de aire, su calor y la suciedad que lo rodeaba, permitían definir al lugar como insalubre e inhumano. «A minutos de estar allí cualquier persona comienza a sentir una sensación de enclaustramiento que seguramente resulta demoledora y difícil de soportar. La respiración se dificulta y el aire está invariablemente viciado por impurezas y malos olores.”
El Dr. Ulysses Pereira Reverbel contó en su libro Un secuestro por dentro: «De pronto, me desperté notando que pasaba algo raro. Oí el ruido del candado que cerraba la puerta del pasillo y entró el encargado con una vela en la mano, abrió el candado de mi celda y me dijo: ‘Tranquilo Pereira que vamos a pasar momentos difíciles’. (…) ‘Acuéstese boca abajo que tenemos que atarlo’. Ante estas situaciones, ellos siempre aclaraban que si entraban las Fuerzas Conjuntas, tenían que matarnos. Me ató fuertemente los brazos por detrás de la espalda y ambas piernas entre sí y me colocó varios pedazos de cinta adhesiva sobre la boca, de manera que no podía pronunciar palabra. De inmediato fue a la celda del Dr. Frick Davies donde hizo lo mismo. Oí su voz tajante: ‘¡No mueva la cabeza!’ Sentí perfectamente que golpeaban en la puerta del ambiente de los custodias, pero éstos guardaban silencio absoluto. ‘Abran soy yo, Alberto’; repetía una y otra vez una voz de hombre intercalada con los golpes. Al rato el encargado llamó a las dos custodias. ‘¡Cierren las celdas y vengan!’, reiteró. Así lo hicieron. Pasaron al otro ambiente y oí la voz de ambas, fuerte, a veces gritando: ‘¡Cobardes! ¿Con ustedes vamos a ganar la revolución?. Hijos de puta. ¿Cómo no vamos a matar a esos tipos?’ Eran siempre las voces de ambas mujeres. Sabía perfectamente para qué nos habían atado y amordazado. Dan Mitrione cuando apareció muerto, estaba así. De pronto cesó la discusión y ambas mujeres abrieron nuestras celdas. Nos desataron y nos hicieron salir. Mientras doblaba el cuerpo para pasar por el túnel, el que había entrado con el alias Alberto, me tomó del brazo y me dijo: ‘Pereira, yo le pido que usted me acompañe al cuartel donde me llevan para que haya un testigo de que yo entré vivo. Si no es así, ahora que ustedes están libres me van a matar en el cuartel y después dirán que yo intenté escapar’.
Terminaba un infame cautiverio.
Los secuestrados estuvieron meses encerrados sin ver la luz del sol ni un rostro humano, en un ambiente irrespirable, en una suerte de jaulas con mínimo espacio para moverse y sometidos a continuas vejaciones donde padecieron amenazas y maltratos de todo calibre.
El rostro de estas dos víctimas en momentos de su rescate reflejaba el deterioro de su estado de salud y las trazas visibles de la brutalidad ejercida sobre ellos por sus captores.
Hoy se escuchan reclamos en defensa de “Derechos Humanos”, pero de esta historia, no se habla…
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