Por el Esc. Gustavo Varela
Como buenos uruguayos, todos tenemos asumido que las actividades anuales comienzan cuando llega el último de los ciclistas de la célebre competencia Rutas de América en Semana Santa.
Sin embargo, por segundo año consecutivo, tan importante justa deportiva nacional no se va a llevar a cabo, por ésta especie de jinete apocalíptico que es el covid-19.
Para quienes disfrutamos del ciclismo seguiremos recordando las carreras que escuchábamos y nos emocionábamos con Federico Moreira.
Por eso éste inicio de marzo dio la impresión que el año irrumpió con todas las fuerzas posibles, pues se conjuntaron varios eventos que hicieron enorme ruido: comienzo de las clases, primer aniversario del gobierno multicolor, arranque de la vacunación nacional, y paro anunciado por los gremios docentes y el segundo día comparecencia del Presidente de la República a rendir cuentas ante los representantes del pueblo, en un republicano gesto que se había perdido estos años anteriores.
Eventos que son sumamente importante para el País, pero que también desataron todo tipo de locas pasiones, con vida fundamentalmente en las redes sociales, que se han convertido en modernos cabildos, aunque de forma bastante irracional.
Discusiones estériles, acusaciones cruzadas embebidas de un sinfín de improperios que hace muy difícil lograr tener un debate constructivo. Y miren que no reniego, que muchas veces la pasión ha llevado a este escriba a ser duro en los debates que he participado, tanto cuando integraba legislativos, una época inolvidable, como también en los debates modernos por medios electrónicos.
Tenemos que comprender, todos, que es en vano creer que las cosas son para siempre.
Gobierno y oposición van a pasar por momentos buenos y por momentos de incertidumbre, como consecuencia de los tiempos que estamos transcurriendo.
Por eso sería mejor elevar el nivel de discusión (que no debe faltar nunca) y pensar el País más a largo plazo de lo que estamos discutiendo hoy.
Las sociedades se construyen desde el debate, desde la confrontación de ideas, sin caer en las urgencias de destruir que muchos tienen, sino con el objetivo de construcción.
Miremos hacia los costados del barrio internacional en que estamos inmersos y
da lástima ver tanta riqueza dilapidada en función del odio que se tienen las partes enfrentadas.
Pero lo peor de todo es que estas prácticas se repiten también en los países ricos o desarrollados.
Wilson Ferreira Aldunate fue el último de los grandes ejemplos que hubo en el Uruguay. Durísimo en el debate, implacable su verbo, pero constructor de la gran idea de la gobernabilidad. Ayudó sí al gobierno de turno (y vaya si nos dejaba furiosos con algunos gestos) y aún así, contra lo que dice la cátedra, su Partido llegó al gobierno. Recuerdo que compañeros de Partido estaban furiosos con Wilson por su gobernabilidad y muchos se apartaron por falta de confianza y hoy cantan loas hacia esa actitud.
Muchas veces la transcribí, y no me voy a cansar de recordar lo que fue el gran legado póstumo, en aquel editorial que escribió en las escaleras del avión que lo conducía a la confirmación de su sentencia de muerte.
Allí escribió “Tenemos que construir una enorme y arrolladora ola de esperanza compartida, no avivando enconos, sino alumbrando alegrías. Aún, entre aquellos que se creyeren perdidosos”.
Ojalá que lo imitemos.
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