Mons. Pablo Galimberti
Un capítulo del último libro de Garet se titula “Viajes”. La escena se desarrolla en un aeropuerto anónimo. Movimiento de pasajeros esperando su vuelo. Menos para uno, para quien la espera se convertirá en pánico, laberinto y creciente caos.
Se equivocó de puerta. Se le pasó la hora de embarque, perdió el vuelo y angustiado queda flotando a la deriva. Repasa escrupulosamente paso a paso lo ocurrido pero la confusión aumenta: respuestas con monosílabos, la ventanilla con el nombre de su compañía de viajes no existe. Y para colmo, el aeropuerto se confunde con muchos aeropuertos. Tiempo y lugar se mezclan.
“Una palabra en su idioma era la mayor cercanía, pero enseguida naufragaba entre sonidos que le hacían perder su sentido. La realidad era una mezcla borrosa en medio de un día que, simplemente, no estaba en la semana”. Al final empezó a hablar solo en voz alta y sin hacer pausas… y la valija quedó en el medio de un espacio vacío y la perdió de vista.”Las pistas de su identidad se van desapareciendo.
Los movimientos adquieren un aire fantasmal y el sentido de realidad rápidamente empieza a resquebrajarse. Con pocas pinceladas Garet logra patentizaren un individuo el caos de quienes detrás de diferentes roles han perdido la serena y estable certeza de su identidad. Y sus movimientos se asemejan a marionetas. Los gestos titubeantes y rígidos dejan entrever una notoria disminución del sentido de realidad. El lenguaje ya no cumple la función primordial. Y la incomunicación agudiza la angustia: “las contestaciones no pasaban de monosílabos y movimientos laterales de cabeza”.
Patética descripción del desarraigo, desorientación y pérdida del sentido de realidad que experimenta mucha gente en la era de la globalización, donde se olvidan las raíces nutrientes de la propia identidad: barrio, ciudad, escenarios de rostros de nuestra infancia. A esto habría que añadir el crecimiento de viajes, intercambios y el flujo migratorio de zonas empobrecidas hacia zonas de mayor prosperidad y paz. Los gestos y palabras pueden imitarse, pero el desarraigo y la soledad no son fáciles de sustituir. Aunque en este desierto no faltan genuinos docentes que ayudan a cultivar personalidades con identidad.
En 1949 apareció en Francia el libro “El arraigo” (L´enracinement) de Simone Weil observando el drama de guerras y desarraigos. R. Laing, siquiatra, detectó una inseguridad profunda, “el yo dividido”.
En un mundo cercano y a la vez ajeno resulta fácil confundirnos. Imágenes de esta realidad vemos en la frontera mejicana con Estados Unidos. Pero la desorientación no es sólo geográfica sino también interna, de identidad como persona y pueblo, con lengua, ritos, fiestas y valores.
La Biblia, relato del pueblo peregrino por excelencia, del que somos herederos, narra historias de migrantes. Jacob, que debía recorrer mil seiscientos kilómetros a pie nos ilumina. A mitad de camino este viajero en fuga, en la noche, apoya la cabeza sobre una piedra para dormir. Tuvo un sueño: una escalera apoyada en tierra y la cima tocaba el cielo; y ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y oyó una voz: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham… No te abandonaré” (Gen cap. 28).
En cualquier situación de desierto podemos confiar que nunca peregrinamos solos. Pertenecemos a un pueblo elegido y estas certezas en las soledades más profundas pueden sacarnos a flote.
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