Mons. Pablo Galimberti
Andar de ojos cerrados
Garet plantea dilemas. El protagonista del capítulo 4, para esquivar espejismos, resuelve: “andar de ojos cerrados lo que quedaba del camino para no experimentar el encuentro”. Esta “actitud” podría ser la clave.
El movimiento hacia el futuro se enlaza con una “causa final”, que Aristóteles define “aquello por lo cual se hace algo”. Si en el fútbol suprimimos el objetivo y las resistencias del adversario, perdería atractivo.
Los amores líquidos no colman. Necesitamos un amor incondicional, capaz de navegar entre tormentas y remansos, sanando heridas y despejando horizontes: “Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor”(Cantar 8,7). Pablo de Tarso testimonia:“Ni muerte, ni vida, ni presente ni futuro, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo” (Romanos 8, 38).
Cultivar una fe sirve como ancla en las tormentas. Benedetti lo esquivó: “De todos los laberintos el mejor es el que no conduce a nada y ni siquiera va sembrando indicios ya que esos pocos que llevan a alguna parte siempre terminan en la fosa común…”.
Algunos se preguntan, con razón, si el “silencio” sobre el más allá de muchos uruguayos puede tener relación con los peores índices de suicidios en la región que registra nuestro país.
Muchos confían en la ciencia. Contribuiría al progreso humano aunque también podría destruir al hombre y al mundo si no está orientada por criterios externos a ella.
Necesitamos esperanzas firmes que nos sostengan en las crisis, de lo contrario “la vida humana no sería más que un espectáculo de títeres” (G. Marcel).Pero en la noche, hay centinelas que presienten la certeza de un nuevo amanecer. “Oh noche amable más que el alborada” (S. J. de la Cruz).
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