Por el Padre Martín Ponce De León
El celular tiene el poder de hacerse presente en cualquier momento.
Llevándolo consigo resulta muy difícil evadirse de su hacerse presente.
Me habían hecho un planteo y lo pensaba caminando por el fondo de la casa. Mientras pensaba en lo que me habían dicho miraba lo brotado de las diversas plantas allí existentes.
Me encontraba en eso cuando me llega un mensaje por el celular. Intento leerlo pero el sol me impedía ver con nitidez lo que me mostraba la pantalla.
Me instalé en un banco de hormigón que allí se encuentra (es un lugar que suelo utilizar con mucha frecuencia y le llamo “Mi banco”) leí y respondí.
Repentinamente me asaltó un recuerdo sin explicación alguna y ello es lo que motiva este artículo.
Me veía transformado en niño y mirando “el banco verde” de la casa de mi abuela.
Allí había sentada una extraña persona con una abundante cabellera que le caía sobre su rostro y su cuerpo.
Con asombro trataba de identificar a aquella extraña.
Junto a la casa de nuestros abuelos había un residencial de ancianos. A algunos le conocíamos por asomarse a la ventana de los cuartos donde vivían, a otros les conocíamos de escuchar sus voces o sus gritos en alguna oportunidad y otros eran conocidos por las discusiones que podían mantener con quienes les cuidaban.
Tal vez aquella mujer, con el rostro tapado por el cabello podría ser una de las residentes en la casa vecina que había ingresado equivocadamente.
Siempre mi abuela usaba, para su peinado, un rodete y así se le veía siempre.
La persona sentada en aquel banco vestía como mi abuela pero resultaba imposible asociarla con aquel ser de abundante cabellera.
Yo contemplaba entre asombrado y asustado mientras trataba de identificarle.
No sé cuánto tiempo pasé para darme cuenta que aquella persona no era otra que mi abuela. Se había lavado el cabello y lo dejaba secarse al sol.
Sin explicación alguna volvía hoy a recordar aquella escena sucedida hace muchísimos años puesto que yo tendría unos diez u once años.
Mientras me encontraba sentado en el banco del fondo de la casa sentía que mi abuela estaba sentada junto a mí aunque ella lo hacía desde “el banco verde”
Allí recordé lo conversado con una persona hace muy poco tiempo.
Le decía que Dios jamás nos quita lo que nos ha regalado y nuestros seres queridos pasan a ser parte de nuestra vida de una manera distinta y que lo que llamamos recuerdos no son otra cosa que una forma de hacernos saber que continúan entre nosotros aunque ya sin necesidad de la realidad física.
Claro que lo primero que uno se pregunta es si no estará quedando un poco más rayado de lo que comúnmente se es puesto que nada justificaba aquel súbito recuerdo.
Inmediatamente después me pregunté qué me estaba diciendo Dios al hacerme revivir aquella lejana situación y no supe encontrar una respuesta a tal pregunta.
Traté de asociarlo con lo que ocupaba mi mente en ese instante y no encontraba conexión posible.
Lo cierto es que podía sentir con increíble fuerza el recuerdo de aquel acontecimiento y experimentar con inusitada realidad la presencia de mi abuela en ese momento.
Es indudable que hoy, en la eucaristía de la tarde, habré de rezar por ella aunque tengo la casi certeza de que no es eso lo que el acontecimiento me está diciendo y no logro saber descubrir.
Sí, dejé de pensar en lo que estaba y me concentré en el revivir lo que había experimentado del recuerdo de mi abuela e intentar comprender la rezón de tal recuerdo.
Sin lograr encontrar una explicación posible vine a redactar este artículo sabiendo puede parecer extraño y sin sentido aunque, desde lo profundo de mi ser, permito crece mi gratitud hacia esos seres que han estado en mi vida y me han ayudado y me ayudan a ser lo que soy.
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