Por el Padre Martín Ponce De León
Hoy la Iglesia nos invita a tener presente a Francisco, el pobre de Asís.
Debo reconocer que es un alguien que despierta en mí una profunda admiración.
Relatan, en su vida, que luego de una prolongada convalecencia, Francisco, comienza a vivir una profunda transformación.
Ya no le interesa participar del negocio de su padre (un rico mercader de telas) para prestar una opción por los pobres y la pobreza.
Luego de unas discrepancias con su padre decide romper con todo lo que hacía referencia a él y optar radicalmente con la pobreza.
Sentía que su opción por Jesús le solicitaba tal cosa y ello es lo que realiza.
Relatan que para manifestar, públicamente, su ruptura con su vida anterior decide despojarse de todas sus vestiduras e irse a vivir en la más absoluta pobreza.
La historia no nos dice de la reacción de su padre puesto que está centrada en Francisco.
Debe de haber sido imposible de comprender la conducta de su hijo.
En su mentalidad de comerciante no había lugar para el desinterés y el abandono que vivía su hijo.
Su opción cristiana se limitaba a unas limitadas limosnas, en cambio para su hijo era cuestión de una opción de vida.
Jamás podría entender que su hijo fuese feliz teniendo nada y codeándose con otros tan pobres como lo era él.
Jamás podría aceptar que su hijo se volviese un referente, por una opción por la pobreza, para otros jóvenes de buena posición social.
La postura de su hijo debe de haberle resultado vergonzosa y escandalosa.
Tampoco lo relata la historia, si su padre, ante la felicidad de su hijo, llegó en algún momento a cuestionarse su comportamiento pero, sin duda, debe de haber sido casi imposible ya que cuando para alguien lo importante es tener puede apoyar a quien descubre que lo importante es ser.
Luego de la ruptura con su padre, Francisco se dedica a vivir como muchos lo hacían en su tiempo.
Eran muchos los que vivían de la caridad pública.
Para Francisco ella era un motivo de gratitud y de alabanza.
Se sabía inmensamente feliz viviendo a la intemperie y de la intemperie.
Tan feliz que capaz de contagiar con su estilo de vida y su opción.
Era coherente y ello lo volvía atrayente y digno de imitar.
Fue así como muchos jóvenes de buena posición social decidieron abandonarlo todo y seguirle en esa “locura” por la pobreza.
Deben de haberse levantado muchas voces criticando a ese joven que, de tenerlo todo, era feliz teniendo nada. Pero ello no importaba a Francisco que se descubría feliz siendo tan pobre como Jesús lo habría sido y experimentando, a diario, que Dios no le abandonaba por ello es que la gratitud era para él un prolongado canto en medio de las diversas situaciones de su vida.
En más de una oportunidad debe de haber experimentado el hambre o el frío pero ello no le hizo volver a cobijarse en la seguridad de su familia.
Las satisfacciones que vivía a diario no le permitía añorar lo que había dejado atrás. Ellas eran más intensas y más profundas que las seguridades que antes podía encontrar entre los muros de su casa.
La realidad de dos mentalidades tan antagónicas ha de ser imposible de congeniar. Resulta imposible imaginar a Francisco volviendo sobre sus pasos para atender el fructífero negocio familiar. Resulta inimaginable pretender que su padre entendiese o apoyase la felicidad de su hijo desde la opción por la pobreza.
De su padre resulta difícil recordar su nombre y para ello es necesario apelar a la biografía de su hijo. De su hijo no es necesario mucho conocimiento como para saber que han pasado muchos años desde su nacimiento y aún tiene una palabra valiosa para decir.
Así es la historia y esos son los caminos de Dios.
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