Juana, “Juanita”
Por Gerardo Ponce
De León
El día jueves me levanto y al rato se me da por prender la radio y estando prendida sin que se le preste la atención que corresponda, un sexto sentido me hace sentir que había partido a la casa del Padre, Juana. Atiendo más y era cierto, por la dirección que daban era Juana, que para mí, es “Juanita”.
No puedo negar que existen personas comprometidas con los más necesitados de la sociedad y una de ellas, era “Juanita”. Creo que si me pongo a nombrar donde se movía, me voy a olvidar de alguna, ya que son tantas, donde ella se movía, que puedo hasta desconocer.
Recuerdo que le fui a hablar para que nos diera una mano en Casa Amiga, y me contesto: “apenas tengo tiempo para donde estoy, que me es imposible comprometerme en otra más. Pero podes contar, en lo que te pueda ayudar, conmigo”.
La verdad que una gran empatía, me unía a ella, se hacía extrañar, cuando pasaba tiempo sin verla. De vernos nos dábamos un abrazo y compartíamos momentos de nuestras vidas. Para mí, era un ejemplo, una maestra en entrega. Lo que siempre me cautivó era su humildad: “pero que te voy a decir a ti” y me obligaba a seguir charlando, ya que sabía que en su conversación, estaba la solución al problema que le planteaba.
La miraba en misa, sentada sola y aparte, pidiéndole a Dios fuerza y ayuda, para tantas actividades que desarrollaba. Me hacía recordar a Doña Emma (la vieja, mi madre) que cuando iba caminando, rezaban. Les puedo asegurar, que como mamá, sabían el cambio de las luces de los semáforos, por la altura o el momento que iban, de una oración. Recuerdo que una vez, “la vieja Emma” se perdió y en lugar de tomar hacia el Sur, para ir a la casa de Socorro, tomó para el Club Remero, cuando la encontramos, nos dice que se había dado cuenta que no era para ahí, que tenía que ir, ya que por las oraciones que llevaba tenía que estar en tal lado.
Así era Juanita, silenciosa, humilde, comprometida, cariñosa y muy creyente. Si le pedían algo para comer, siempre tenía algo, ya que le dolía tener que decir “No hay nada”.
Su vida era su familia: Néstor, Carlos, luego agregó a Natalia y sus pichones; los tres nietos. Era de no hablar de ellos, pero si lo hacía conmigo. Terminaba la conversación cuando le decía: “Juanita, no quieres un pañuelo, para secarte la boca”.
La primera en estar acompañando a su hijo en la campaña política, siempre primero, vivía y sufría igual que él, bastaba con mirarla y era sus ojos para su hijo que estaba hablando.
La pandemia nos separó, se que extrañaba la Iglesia, y la tecnología nos mantenía unidos, siempre contestaba mis mail, y me decía que se los enviara a la hora que fuera, ya que madrugaba. Recién el jueves me di cuenta que no recibía nada de ella. “Estoy feliz de poder venir a misa”, me comentó no hace mucho tiempo. Así era ella.
Hoy está sentada junto al Padre y sé muy bien que va a pedir por su familia, siempre dispuesta, pidiendo por tanta gente que se movía a su lado, por todos nosotros, ya que tenía un corazón enorme y de oro.
Simplemente te pido que nos ayudes a ser en algo parecidos a ti. Que en un mañana poder mirar para atrás y ver como tú, una huella profunda que nos dejaste de tantos ejemplos y enseñanzas.