Por el Padre Martín Ponce De León
“Yo no tengo sueños. Vivo el hoy. No es para mí eso de, como muchos, andar soñando o persiguiendo sueños”
Así se manifestó una persona durante una reunión. Yo intenté comprender su manera de pensar pero hacer tal cosa me resultó un imposible.
Sí, imposible puesto que siempre he considerado que los sueños son una necesaria necesidad humana.
Necesaria para crecer.
Necesaria para superarnos.
Necesaria para madurar.
Necesaria para tener motivaciones que nos hagan avanzar.
Necesaria para no quedarnos de brazos cruzados.
Necesaria necesidad para que nuestro actuar tenga sentido pleno.
Cuando alguien se niega la posibilidad de tener sueños hace de su realidad un prolongado infantilismo.
Sí, un prolongado infantilismo porque tremendamente limitado en su vida.
Debemos vivir el aquí y el ahora como el espacio donde nos acercamos a la realización de pasos que nos ayuden a lograr nuestros sueños.
Necesarios son el aquí y el ahora para que podamos alimentar y fortalecer nuestros sueños.
Sin aquí y ahora nuestros sueños carecen de sentido puesto que los mismos deben ser productos de nuestra realidad.
Los sueños se nutren de realidad que debemos saber vivir como una forma de ir aprendiendo enseñanzas para la prosecución de los mismos.
Debemos soñar con los pies sobre la tierra y desde la misma realidad que nos toca vivir.
Los sueños nos hacen no bajar los brazos por más que todo parezca estamos alejados de los mismos o no hemos hecho suficiente para lograrlos.
No tener sueños s como si pudiésemos negar la existencia de ese “pasado mañana” que, sin duda, habrá de llegar.
No tener sueños es algo así como enfrentar el futuro con los ojos cerrados ya que al mismo lo comenzamos a vivir hoy.
Tener sueños es una necesidad que debemos tener el coraje de plantearnos para que nuestra vida tenga sentido pleno.
En oportunidades nos limitamos a cumplir roles pero cuando los mismos concluyen, si no tenemos sueños, la vida se nos vuelve carente de sentido.
No tener sueños es una actitud completamente infantil por más que implique vivir poniendo lo mejor de uno mismo en lo que deba realizar.
Nuestras acciones tienen, necesariamente, una proyección hacia el futuro personal y es allí donde entran a tallar nuestros sueños.
La vida de Jesús fu todo un trabajar para conseguir que su gran sueño fuese realidad.
Soñaba con que el Reino de Dios (que es un Reino de fraternidad) fuese realidad entre todos los hombres.
Cada signo que realizaba no hacía otra cosa que mostrar lo que sería la realidad humana si incorporaban los valores del Reino que proponía y soñaba.
Su sueño de la fraternidad universal motivada por el amor se vio bruscamente interrumpido por la imposición de la defensa de los intereses particulares.
Su sueño de la fraternidad universal se estrelló ante los intereses particulares de un grupo de individuos que no quisieron se modificase lo establecido.
No tener sueños es, de alguna manera, ir contra la propuesta de Jesús que quiere contar con cada uno de nosotros para que hagamos nuestro su sueño y breguemos por ello.
No tener sueños es de un infantilismo tal que no nos permite mirar hacia adelante y sentir que algo estamos haciendo por la construcción de un mundo mejor porque más fraterno y más justo.
Tener sueños es un compromiso con uno mismo por darle sentido pleno a nuestra vida y que la misma pueda tener sentido para los demás.
Columnistas