Por el Padre Martín Ponce De León
Me acerqué a la puerta, golpeé como siempre y me respondió tirado en su cama.
Me asomé y lo primero que llamó mi atención fue que tenía sus pies envueltos con unas ropas viejas.
Le pregunté qué le pasaba que tenía los pies envueltos y me impactó su respuesta.
“Tenía mucho olor a pata y me los envolví para no sentir el olor”
¿Podía lavarse los pies? Sí, tenía donde hacerlo.
¿Podía ducharse? Sí, podía hacerlo.
Ninguna de esas cosas pasó por su mente sino que apeló a esa particular solución.
Sin duda no pensamos igual.
Su comportamiento así me lo hacía saber.
Sobradamente sé que es su forma de vida y debo aceptar tal cosa.
Ello no quiere decir que comparta su forma de actuar.
Debía aceptarlo pero, también, ello implicaba ayudarle a que actuase de otra manera.
Para poder ayudarle debo tener mucha paciencia. Mucha.
Paciencia para no imponerle sino para ayudarle a que asuma.
Paciencia para que no se moleste.
Paciencia para lograr que escuche.
Lo más difícil, paciencia para que asuma.
Si llega a suponer que le intento cambiar algo en su forma de actuar no solamente no me atenderá más sino que, tampoco, me escuchará.
Podré hablarle pero no me habrá de estar escuchando.
Sin duda que uno no es quién para corregirle puesto que, vaya uno a saber, las razones que le llevan a tomar esas decisiones que uno no puede compartir.
¿Quién soy yo para imponerle lo que a mí me han enseñado, como si ello fuese lo que le enseñaron a él?
Debo saber respetar y ello no quiere decir estar de acuerdo con tales conductas.
Aceptar debe, en mí, ir unido a ayudar a que se ayude.
Aceptar no quiere decir resignación.
Sin lugar a dudas es mucho más fácil obligarle a darse un baño o, simplemente, se lave los pies.
Sería lo más cómodo pero no haría otra cosa que obligarle a una acción que no experimenta como necesidad.
Sabiendo, también, que entrará al baño y al rato saldrá para decir que “Ya está” y deberé aceptar su palabra.
Pero ello no es otra cosa que darle una oportunidad para que sienta “me toma el pelo” y me engaña.
Lo más importante no es obligar sino ayudar a que incorpore posturas que, tal vez, por su estilo de vida, ha dejado olvidadas en el ayer.
Es una persona y debe actuar como tal por más que sepa se ha deteriorado en cuanto tal debido a un estilo de vida colmado de golpes y sinsabores.
Mientras tanto continuará con sus pies envueltos y prolongando una situación que le resulta incómoda a él.
Mientras tanto continuará con esas conductas que no las puedo comprender por más que sepa es su opción y debo respetarle.
Mientras tanto deberé ir buscando la manera de acrecentar la paciencia y aprendiendo a poder ayudarle.
Mientras tanto sus pies continuarán envueltos puesto que el mal olor le incomoda.
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