Por el Padre Martín Ponce De León
Estábamos terminando de almorzar.
Un torrente de voces irrumpió en el comedor.
El constante repetirse de saludos correspondía a ese grupo de personas que entraban.
Salvo por los nombres de dos no conocía a nadie más de aquellas personas que venían acompañadas por uno a quien, también, conocía.
Sí sabía lo que significaban y la gratitud que les debía.
Estaban de paso y venían a conocer. Para mí era la oportunidad de agradecer.
Más que mostrarles lo que hacíamos era importante y necesario el que supiesen tenemos una deuda de gratitud para con ellos.
Ellos tienen una actividad que desarrollan en todo el país.
Nosotros una sencilla tarea en un barrio de la ciudad de Mercedes.
Nosotros una tarea que sentíamos era un deber de cristianos.
Ellos una tarea desinteresada y solidaria.
Lo nuestro un grupo muy limitado de personas que necesitaban una mano.
Lo de ellos es intentar responder a las diversas necesidades de diversos lugares a nivel país.
Desde los tiempos de la pandemia se han relacionado con nosotros y, desde entonces, ha sido una colaboración constante.
Nuestro reconocimiento no podía ser otra cosa que una sencilla manifestación de gratitud.
No podía ser una realidad ostentosa puesto que no sería propio de nosotros.
Luego de que se marcharon llevándose las voces y las sonrisas me pregunté si les había manifestado nuestra gratitud para con su actividad.
Tal vez, luego de la visita, no he logrado otra cosa que hacer aumentar nuestra deuda con ellos y su tarea.
No me explico cómo llegamos a estar dentro del radar de su solidaridad.
No me explico la razón de su visita puesto que han de existir realidades más elocuentes y con mayor número de beneficiarios.
No me explico cómo dejé pasar la oportunidad de agradecer debidamente.
Tal vez porque todo fue tan informal y sencillo que más parecía la visita de conocidos que una sorpresiva visita de personas a las que veía por primera vez.
Llegaron y colmaron de voces el comedor.
Se retiraron y un profundo silencio quedó ocupando todos los espacios del comedor.
Solamente quedaba alguna sonrisa que prolongaba su presencia.
Yo quedé con la sensación de no haber aprovechado la oportunidad para agradecerles debidamente.
Sin duda que lo suponen o saben de nuestra gratitud pero, creo, no supe manifestarla debidamente.
Siempre he sostenido que nuestra actividad es posible por la solidaridad de muchísimos y por ello nuestra gratitud es inmensa.
Hoy, que tenía tal vez la única oportunidad de hacer nuestro reconocimiento a ese grupo no supe hacerlo debidamente y la misma, creo, quedó en el debe porque en mi corazón.
No pierda la oportunidad de agradecer.
No deje que la gratitud quede guardada en sus sentimientos.
Dígala. Manifiéstela. No se la guarde.
Mañana es una oportunidad que dejó pasar.
Cuando la solidaridad nos visite no pierda a ocasión de agradecerla.
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