Por el Padre Martín
Ponce de León
A lo largo de mi vida ¿con cuántos seres he tratado? Resulta imposible intentar realizar un cálculo.
Es indudable que, de poder realizar tal cosa, la sorpresa sería grande.
Sin duda que es número importante de personas. Pero lo que muy bien puedo realizar es la cuenta de todos los seres “especiales” que Dios ha puesto en mi vida.
Podría tomar un lápiz y un papel y realizar la lista. Seres que me han obsequiado de lo que son para ayudarme a ser lo que soy.
Si realizase tal cosa descubriría lo muy mal aprendido que he sido. Seres con inmensa capacidad de entrega. Seres con maravillosa capacidad de aceptación.
Seres con increíble generosidad. Seres con una solidaridad impactante. Seres que son un canto a la ternura. Así podría seguir prolongando una lista de seres “especiales”.
Son personas que se ganaron, en mi vida, un espacio para la admiración y la gratitud. Siempre me han brindado mucho más de lo que yo les he podido brindar. Ni siquiera les puedo decir que he aprendido lo que me han enseñado.
Simplemente me he limitado a chapucear un aprendizaje. Quizás, a la mayoría de esas personas, nunca les he hecho saber lo importantes que han sido en mi vida. En algunas oportunidades, en las que intenté hacerles saber mi reconocimiento, me han mandado de paseo. Porque no lo hacían con un fin alguno sino, simplemente, porque así son.
Uno siempre dice que la vida enseña. Eses seres son ese trozo de vida que más me ha enseñado.
Aquí debería poner los nombres de algunas de esas personas pero sé que no puedo realizar tal cosa.
De hacerlo únicamente lograría la molestia de cada una de esas personas y nada más lejos que pretender eso. Por otra parte, si diese nombres y usted encontrase alguno conocido, tal vez, se pregunte cómo puede ser posible que yo les considere como seres “especiales”.
No son otra cosa que seres muy normales, con sus virtudes y defectos. No porque les considere “especiales” voy a pensar que son seres perfectos.
Los seres perfectos no necesitan de amigos. Los seres perfectos están por sobre la mayoría de los demás que se limitan a ser normales.
Porque son normales no causan admiración en todos los demás. Es, sin duda, Dios que lo pone en la vida de tal o cual persona para que éste, impactado, comience a aprender.
Lo suyo no son grandes discursos ni descollantes lecciones. Lo suyo es SER. Desde esa autenticidad hecha vida es que enseñan con sencilla elocuencia.
Desde esa autenticidad hecha vida es que lo suyo se transforma en una demostración de que es posible.
Lo más grato es poder descubrir que Dios continúa obsequiándonos seres “especiales” Ello, sin duda, indica que, aún, se tiene mucho camino por andar.
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