La esencia de la democracia
Dr. Fulvio Gutiérrez
Hoy es el último día del año, y como además es domingo, es mi última columna del año. En verdad, es algo tan obvio, que dudé si lo señalaba o no. Al final, decidí no solo señalarlo, sino también aprovechar la oportunidad para reafirmar el concepto de tolerancia, en estos tiempos de una intolerancia que va en un alarmante aumento. Como consecuencia, el pensar, y además decir lo que uno piensa –escribirlo ya es una afrenta imperdonable-, se ha transformado en la chispa que prende el fuego, donde muchos tienen la pésima costumbre de quemar los pensamientos de otros. Si para ello hubiera una razón, se podría aceptar. Generalmente no la hay, o la hay a medias. Entonces lo que importa es no rechazar una opinión ajena que no condice con la nuestra, y como no se tienen razones de discrepancia, entonces salir a la palestra a despotricar contra quien osa pesar distinto.
La tolerancia es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Alguien dijo que “la tolerancia (otros dicen la “intolerancia”), llegará a tal nivel, que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”. Es una afirmación muy dura, pero resume en una frase las más sesudas consideraciones que uno puede elaborar sobre tan profundo tema. Algunos la atribuyen al escritor ruso Fiódor Dostoievski, y otros al filósofo austríaco Karl Popper. Es cierto sí que Popper explicó lo que se señala en la frase, diciendo que refiere al hecho que, si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes. Son puntos de vista que, a veces, en vez de aclarar oscurecen.
Pero lo que más importa de este tema, es tener presente que la tolerancia es una de las bases esenciales para la convivencia democrática. No puede existir democracia, si no hay tolerancia. Y en el transcurrir de estos últimos años de nuestra vida política, lo que estamos constatando es, precisamente, un aumento de la intolerancia al punto tal que se está haciendo moneda corriente el oponerse a las opiniones, ideas, y reflexiones de algunos, por el solo hecho que tienen un origen ajeno a nosotros. Parece que lo que vale es el simple hecho de rechazar todo lo que se le ha ocurrido a otro que estimamos piensa diferente a nosotros. La oposición, solo por oposición. El valor de la forma y de la oportunidad, dejando de lado el valor del contenido, de la esencia del pensamiento. Y eso está mal, eso no es bueno, ni para las personas individuales, ni para los grupos humanos. Llámense como se llamen, pero fundamentalmente cuando se trata de sectores o partidos políticos, y por tanto de ideas que hacen a la marcha del país mismo. Y no resulta acertado y menos aconsejable actuar con esa liviandad.
Aspiro a un cambio en esta actitud. Aunque confieso que sin ninguna esperanza de que ello ocurra. Tal vez los uruguayos debiéramos mirar mejor a nuestros hermanos argentinos. Ellos llevaron al máximo esa intolerancia. Y terminaron en el caos al que se enfrentan hoy y que heredaron de años de intolerancia. Ejemplo de lo que los gobiernos no deben hacer y de lo que los pueblos no merecen recibir.